El Mal del Cariño

El Mal del Cariño
Fernanda De Broussais

Intervención estelar: Rodolfo Edwards

ombligo cuadrado
ediciones

Colección de Historias
Relatos Salvajes

Iba matando canallas con su cañón de futuro
Silvio Rodríguez

Cuando llegó a mis manos el manuscrito de El Mal del Cariño, me invadió la sensación de apropiármelo, de subirme en algún tramo de ese viaje en el tiempo.
La mesa de un bar se puede transformar en un espejo que refleja nuestro futuro mediato o inmediato. Las palabras crean realidad, cuando se juntan generan energías que se pueden tor- nar incontrolables. El lenguaje se alimenta de lenguaje, pide más y más. El ser se perdió como un niño entre letras gigantes.
Fernanda De Broussais me subió a su alfombra mágica y des- de acá arriba solo se ven los restos de una civilización. ¿Lo que vendrá ya no vendrá? El futuro se clavó en el presente. El lanza- dor de cuchillos se nos está riendo en la cara.
Los protagonistas de El Mal del Cariño quieren salvar el mun- do pero veremos si, aunque más no sea, pueden salvarse a sí mismos. Y recordemos que todo es imposible hasta que se hace posible.

Rodolfo Edwards

Julio del 2019. Bar Clapton. Una chica se abalanza sobre mi almuerzo muerta de hambre mientras su madre, quieta, parada en medio del salón, la mira. Le doy mi plato de comida y ella se sirve con las manos, primitiva y desesperada. Clapton queda en silencio, todos los ojos miran para acá. Mi cabeza se vuelve una calesita sin sortijero. El almuerzo se convierte en un libro.

Con Rodolfo Edwards como colaborador e invitado especial, quien se enancó amable para restañar esta profecía paranoica de un futuro que estalló ahora.

Fernanda De Broussais

En el medio de la mesa hay una red misteriosa que se llama Sodoma. Las palabras pasan de un lado a otro, son lecciones, pri- meros enigmas, reclaman mientras se enfría el té. Por mirarse no ven que la ciudad desaparece en un mensaje y sólo queda su mesa en pie. Todavía sienten los efectos de la tarde que se fue, que no está, que ya no es. Corren astutos detrás de las letras. Las letras corren detrás de ellos. Cargan años de piedra, voces que saltan fogosas cuando marchan al matadero. El té humea por miedo, los cubre de niebla, les borra los contornos. En el país de diamante que antes era uno y ahora son varios, tienen que inventarse con rebeldía. Brutos, crudos, existen cuando toman de la guerra declarada y se derraman al terciar en ella.

Escriben columnas torcidas, ofenden a la gramática clásica, a todas las preceptivas paganas, a la caligrafía de la traición. Mamarrachean sobre el papel rupestre boleros truncos para los mismos enemigos de siempre hasta que se les acaba la tin- ta. Para las fuerzas contrarias no declaradas, ocultas, invisibles, imprevistas, son curiosos. Con un solo golpe de mirada apagan el fuego. En el hielo donde patinan frente a un auditorio de cir- co romano que aplaude las figuras que hacen, miles mueren de hambre y de frío. La población bajó a niveles alarmantes: se re- dujo a un 25 %. Nadie pudo escapar a tiempo. Todos atrapados. Neutralizados o muertos.

De los balcones cantan a coro música marchosa. Caen ser- pentinas y garúa hace cinco días. Ellos siguen como si nada afe- rrados a un vaso de vino tinto, calle abajo, al capricho de la co- rriente.

Ella le da cien metros de ventaja metafísica hasta el jardín botánico, enseguida lo alcanza metafórica en la Plaza Italia, lo roza al pasar manifestada en el Puente Pacífico, se lanza hacia su ideal. Organizada en la puerta del zoológico abandonado, es una flecha insidiosa mientras Él sigue por inercia resignado hasta la causa dueña de sus efectos intactos. Se imantan con el prin-

cipio de la espada con espada. Son dos resucitados pintorescos que consumen más aire, inflan cambiantes cada cosa para recu- perar espesor y peso. Ven todo como por primera vez, ceñidos de colores bautizan las calles, las vuelven a caminar en signos contrarios, los mozos brillan trastornados cuando los vuelven a ver entrar. En el tren de los resucitados eligen un destino, bajan donde siempre. El coraje les dura un minuto medieval. Se ríen al saber que alguien los llama por sus nuevos nombres.

Es mutuo y recíproco, en cuanto uno piensa el otro es recep- tor de ese pensamiento. Los fuertes contrastes ingresan como Apolo XI, vuelan tornillos y remaches con la condición de poten- cia concentrada y magnética que arroja soles nuevos. Es hora de tensar el arco y que la flecha los guíe. Es hora de intercambiar luces rojas, detener la velocidad de las inercias y que algo les indique que pueden bajar un momento a inspeccionar. La curio- sidad motiva la búsqueda y la flecha ya salió del arco, fluoresce con precisión, puntería y todavía no acumuló estática.

El nuevo nombre de Ella es: “A”, Él se llama “O”, una letra que se lleva bien con A. A, no besa su boca, besa sus párpados, cierra el día.

Parpadean con las capuchas levantadas, apuntan. Miran. Hacen justicia, Él apunta primero, pone la mira en el centro de la boca de Ella sin decir nada. Juega al gatillo de letras. De su amígdala, de su cuerda, salen notas espesas, si, la, fa centrífugas, elípticas y acertadas, quedan dando vueltas afuera y adentro, es fuego al que le sigue el movimiento fundente y así mismo el res- to del cargador.

Sin disciplina pero con un orden celta, enlazado y trenzado, renuncia a dar a los pensamientos una sustancial representa- ción corpórea y, a pesar de la dinámica explosiva de sus formas tensas por el juego de las fuerzas y contrastes violentos, vuelven caligrafía geométrica e inorgánica todo lo que vive. Ella, A, escri-

be con un impresionismo nervioso, sobre el cuerpo negro y tibio que sepultó en un bloque de tierra duro, llovido y nocturno bajo el puente. El peor sábado, de muros asustados, meados, toda interrogada, A, asustada por la muerte, guarda el cuerpo bajo tierra para ocultar el dolor. Pero cada día vuelve, perdida en la claridad, para mirar la tierra y no sentir que la pequeña también la abandonó.

Debieron permanecer en el infierno de los toldos con el cuero curtido, lanzas en mano, alertas y combatientes, pero traspasa- ron esa línea donde quedaron imantados. Hay elementos que no se mezclan, se atraen y se rechazan en indigestión permanente. Cuando O, escribe se ensucia las manos. Tira al piso una palabra y todas las otras se rejuntan alrededor, son hormigas que repar- ten el botín. Ella sopló y sopló y tuvieron que salir a buscarlo porque a O, lo gobierna el viento. No siempre usa palabras, a veces usa malabras, cuando el mal habla por Él mismo, poseído por el trueno, eleva la voz y estalla. Lucha y no gana. De camino va sobre los pedazos de vidrio, es un faquir penitente. En el bar no pasa el tiempo, gira sobre sí y vuelve al mismo lugar.

Secuelas. A, hereda de sus ilustres antepasados, la lucha des- esperada contra la angustia y el miedo que es lo único que pare- ce quedarse quieto. Será necesaria una fuerza expresiva enorme en todos los órdenes, esa agitación perpetua para que la piedra tome una forma espiritual independiente de la piedra, sin el en- gaño de los sentidos. Trata de explicarse el presente con el pasa- do, traza una perspectiva, se aleja y mira a la distancia.

O, reconstruido después de asilarse, siguió su marcha con irresistible amenaza y despertó de un letargo ligado al suelo. Ahora puede circular en torno a la gran roca blanca, sobre el la- drillo rojo, bajo la herradura árabe de nervios muy gruesos, con su naturaleza geometrizada y su animalística fabulosa, de una forma tan inasible que no puede verse inmerso ahí. La luna se le mete adentro como en el mar.

En la mesa, la jeringa con el líquido mortal rosa.

Descifran un manuscrito y apelan a todos los sentidos de la luz del faro de un tiempo que termina y se descompone. Dan con mensajes que emanan poder y control. Son torres vigías, el sol titila detrás de las montañas. Llegan a la acequia real que nace cuando nace el agua y viaja por pendientes de mayores alturas, por laderas. Seducidos por las visiones geométricas del mundo donde se funde lo humano con lo divino, la mirada de A, vuelve a Él cansada, cruza sus ojos, su cara, la puerta del vino y dos ki- lómetros de murallas para descansar en el poder de la palabra. Están adentro de un gran manuscrito, se demoran en la lectu- ra, versifican los hechos. A, es por fuera un león agresivo y por dentro, un Edén, Adormidera, Jacinto y rumor de agua donde se refleja la casita frambuesa.

A y O, se buscan en el abecedario, en la nomenclatura de las calles, en el catastro municipal, en los padrones electorales. Se ubican enseguida. Fusilados que viven. Desaparecidos encontra- dos. Ubican el punto de reunión, descifran claves, códigos elabo- rados en sesiones secretas donde se diseñó el Gran Plan. Saben de formularios continuos, de cadenas de producción, de la con- fabulación en masa, de células que despiertan y se propagan a la velocidad de la luz. Nadie en la ciudad los reconoce, se imantan de tal manera que lucen travestidos, irreconocibles, hasta les cambia el acento: parecen turistas extranjeros, sentados en un cigar bar de San Telmo, donde simulan fumar, ellos que nunca fumaron tabaco.

A, quedó atrapada adentro de una canción, O, trata de rom- per ese caparazón. Pedazos de melodías se esparcen por el aire, se mezclan con los sonidos de la ciudad; el ulular de una sirena se lleva todo en la velocidad del patrullero. Al amanecer se ven las esquirlas incrustadas en las paredes, formando grafías in- comprensibles, escrituras arábigas, jeroglíficos bellísimos y ad- mirables que estarán allí porque nadie se atreverá a borrarlos.

Descifrar es peligroso, una mala lectura puede resultar fatal para el descifrador y para toda la cadena, se requieren las ma- nos de un cirujano y la paciencia de la araña. A y O, inventan códigos, como juego y como supervivencia: saben que sin ellos, durarían unas horas con vida. Es inimaginable el tamaño de su proeza. Desmantelan kilómetros de conexiones, siguen el instin- to, sanguinarios, insaciables. Por el bien común dejaron de ser comunes. El olor de la Cybernía los atrae como jazmines recién floridos. Pinza y cable. Activan y desactivan. Pinza y cable. Inte- rrumpen el flujo de la maldad. Ponen nombre y cara al enemigo. Publicar. Archivar. No olvidar.

Cuidan sus juicios, van a la costa. Colonias de peces, crustá- ceos, moluscos, algas y corales vistos desde sus filtros, los ha- cen creer que lo que interpretan es la verdad que ruge gemidos. Orgásmica de agua, hunde claves más allá de la profundidad, el mar declara el compás y el movimiento, sus criaturas sin saber se mueven con el goce entramado en sus escamas de estrellas sumergidas. Las familias de palabras avanzan en cardúmenes.

Tranzan zombis, mudan sentidos, los trasladan, redefinen, rebobinan, destrozan las cintas y al pasado. Los dos desfigura- dos, chocan contra los índices más bajos de la actividad de la materia. Detienen el tiempo, dan vuelta la carta, dan vuelta la página. O, reacciona como un moribundo. A, produce pensa- mientos ilógicos en líneas aleatorias.

No hay afuera, no hay adentro. “No pienses en eso” dice O, con un grito y una sonrisa, celebra. Tenía la certeza, el pálpito, lo sintió mucho antes, tuvo profecías para empezar a completarse. A y O, caminan por dibujos de Escher, siguen líneas, se divierten perdidos. Esos trazos les hacen cosquillas, los hacen saltar a la rayuela. Contemplan su suerte en un espejo flotante. Intentan moverse entre las raíces que los engrillan. Lo que piensan se les escapa: un tigre en llamas, glicinas flúo, azulejos de piel.

A, le dijo a O: “¿qué estás haciendo? O, le dijo a A: “¿qué pen- sás?” En el umbral de sí mismos, procrastinan. Algo los fasci- na, aunque todavía el significado no está claro pero la trama es gruesa. Enseguida dibujan en el piso una miniatura rápida, llena de contradicciones con defectos en el diseño. Esto no es ficción, es un salvavidas. Acá están. El círculo está completo. Pasan es- trellas fugaces. La playa está llena de caracoles. Sus vidas están siendo escritas por escritores fantasmas. No van a ir de víctimas, ni con enfado ni con sufrimiento, aceptan lo que hay. Lo que se acerca a ellos tiene que ver con ellos. No quieren amor, no quie- ren sufrir, no quieren sacrificios.

Cybernía recibe las apuestas, concibe el mundo como una gran contienda deportiva, todos contra todos, hasta que no quede ninguno. Pierden pero se ilusionan con que habrá ven- cedores. Hasta las flores se miran fijo y disputan por el trono de belleza. Van a aniquilar al otro, dejarlo sin aliento, cansarlo, dejarlo a merced. No va a haber convivencia posible. Los colo- res están brillando muy fuertes. El rojo aventaja al verde pero el verde arroja una pintura concentradísima y pasa al frente. El caballo cruza por un aro de fuego, se queman sus crines y ahí va, a campo traviesa, una lengua de fuego al galope con cien leguas hacia el horizonte. Solo. No hay nada ni nadie.

Dos monos abremundos, a A, ahora se le designa un número, Once, a O, ahora se le designa el mismo número Once. Son la célula A y O 11 o, A y O o.

El poder que tiene el silencio los obliga a tener un botiquín musical. Armaron una vida como larvas, algún amigo, anestesia. Nada de amor. Cautela. Dan con cuadernos falsificados, usados en contra de los buenos para desratizar. Notas falsas, apócrifas. La danza de las tijeras que cortan el aire, hora de la paja. A, pide que O, asuma el puesto de guardia y se toca en el baño del bar, con una de las medialunas de la promoción, pasa el almíbar so- bre sus labios depilados y la desmenuza, la empuja, come los

restos. Hora de disimular. Usa crema de chirimoya por el olor, industria boliviana.

Trabajan en feriado, cobran doble. Van a otro bar y cuando piden un café, les preguntan los nombres, los anotan en el vaso de plástico, A Once; O Once, compran café con balas. En la caja: seis, plateadas con el borde brillando de oro color.

Para los personajes de ficción el tiempo no pasa, por eso se conectan en sus respectivos puertos a un Kindle cargado de novelas y películas del siglo XX. A y O, padecen retromanía, un trastorno que los impulsa a retroceder en el tiempo, a verse en fiestas con ropas pasadas de moda, entre gente que los miran haciendo comentarios en voz baja. Amor en reversa. ¿Serán artistas de una troupe recién llegada a la ciudad? ¿Performers contratados por el dueño de casa? ¿Freaks de weekend? Nunca deben saber quiénes son: todo fracasaría, se vendría abajo como un castillo de naipes.

La Vorágine es madre auxiliadora, en ella se trasladan sin perder nunca el equilibrio. Donde pierden el sentido, A y O, bai- lan con frenesí, coreografían, se revuelcan, se golpean, caen des- de alturas imposibles, sin romperse un hueso. Son de goma, se mascan el uno al otro y sus sabores quedan intactos.

La ciudad es una cárcel con rejas muy visibles, A y O, las ven, se agarran de ellas presos. Cuentan los pedazos de cielo, los guardan en bolsas de consorcio, se reparten el peso de lo que no pesa. O, le pide a A, un pie para saltar la muralla y A, le aprieta fuerte la mano. O, logra saltar la muralla. Funden metales para hacer escudos y armaduras. Genéticamente compatibles, la aleación resultante resiste todos los calibres. Ni un disparo de Itaka podría dañarlos. Simulan el combate a los tortazos, en la apoteosis de la repostería evocan la sangre derramada. Cremas, membrillos, frutos rojos, obleas, azúcar de dátiles. Embadurna- dos de dulces, se limpian con la lengua cada centímetro de sus

cuerpos para probar la resistencia. Deben arengar a la tropa, alentar, convencer de que los cuerpos serán uno solo, un ejérci- to, un ciempiés por las sombras.

Lengua karateca. A y O, están embarcados en una lucha ti- tánica, materia y espíritu se mezclan. A veces se fuerzan hasta romperse. Todavía hay un repositorio de almas en funciona- miento y allí acuden con el número de alma correspondiente y se la reponen enseguida. Queda donde muere la calle Uspallata, un callejón en el que sólo hay fábricas abandonadas. Al acercar- se a la entrada, el reconocedor facial los detecta y una puertita se abre sola. Las almas nuevas ya estaban allí sobre un mostra- dor, envueltas en un sobre de plástico lacrado con sus respecti- vos nombres. A y O o. A y O o, radiantes salen a la calle, caminan muchas cuadras, se sienten livianos, casi vacíos, con un soplo divino que llena sus pulmones y que les da ganas de cantar. Can- tan a dúo, como Sony & Cher “I got you babe”.

A y O o, se montan en la sintaxis como a las alas de un águila, y salen disparados a una velocidad inaudita. Ahora son letras, arsenal, pólvora, arsénico, balística clandestina. Vomitan las pa- labras y cuando caen al papel, se acomodan solas, obedecen un mandato. Cosas de mandinga, impulso de la conjura. Fe. Mila- gros de comité. La redacción del manifiesto la terminan en se- gundos y se propaga por toda la red.

Cybernía entra en un cono de preocupación y acude a los crá- neos privilegiados para detener el flujo, esa corriente eléctrica desatada que provoca bajas en el enemigo. Fuerzas extrañas los poseen y gobiernan, manejan sus manos y sus voces, ocupan cada espacio de su existencia, regulan el ritmo de la respiración. Sueñan instrucciones precisas que ejecutarán al despertar. Ca- lles, nombres y lugares, puentes levadizos, ventanas entornadas donde se asoma una oreja a escuchar la contraseña.

A y O o, están programados al detalle. Son máquinas perfec-

tas para vencer. Les queda de humano el brillo de sus miradas. Ojos que no mienten. Resabios de lo que fueron, a veces se ma- nifiestan en ligeras interferencias, la memoria recita fragmentos de conversaciones. La victoria es su condición de posibilidad, firmaron el pacto con su sangre. Desde lo alto de la muralla, un ángel de piedra vela la noche. Sueñan barcos que regresan con los muertos: vivos. Sonríen en la cubierta y saludan con la mano. Cada mañana ese ángel sigue con su mirada pétrea, los movimientos de A y de O, tienen la sensación de ser vigilados por ese ser inerte; por eso apuran el paso para salir de su vista, doblan en la primer calle, se alejan de ese paisaje de mástiles y proas. Pero la imagen de ese ángel persiste en sus mentes, el ojo avizor, la curva de la mano parece señalarlos, la dimensión del ala quieta que se mueve y amenaza con agitarse es para que el ángel emprenda vuelo. El corazón del ángel huele a sahumerio, fragancia que A, detesta.

Caen de lo alto de una montaña de basura, entre residuos in- dustriales, medicinales y humanos. El personal de limpieza de Cybernía descargó hace poco varios containers llenos de momias de azul negruzco, expurgos del Museo de la Revolución. Una nie- bla púrpura no les deja ver el sol, A y O o, caminan esquivando osamentas y objetos no identificados, plásticos, máquinas des- trozadas, juguetes calcinados. Apuran el paso en ese laberinto del post-mundo y pronto encuentran la salida. Una avenida de- sierta, flamante de macadam, se extiende como serpiente hacia el sur. A, toca su corazón y en su ingle izquierda se enciende la brújula que le hace cosquillas al vibrar: van en la dirección co- rrecta. Unidos por un cordón umbilical artificial, comparten la batería. Simbióticos, proactivos, reactivos, proteínicos, anfeta- mínicos, histamínicos, farmacológicamente testeados. Chocan las copas, los envuelve el sonido de campanas de una escuela cercana. Los chicos tienen un recreo que ellos nunca tendrán. A y O o, saben perfectamente que su misión es vitalicia.

Hoy llegaron los uniformes. Mamelucos, zapatillas abotinadas,

rojas, verdes y naranjas. Cada color es una clave. Los talles les van de maravillas. Los tatuajes también quedaron bárbaros. Esos símbolos caprichosos representan una sabiduría milenaria. Los llevan con orgullo, se sienten elegidos entre los pocos habitantes que quedan en el país. Tienen que salvar, proteger, atacar, sobrevi- vir, sobremorir. Son fauna silvestre ahora, fuera de la Reserva. Les crecieron colmillos y al reír, gruñen. Esperan instrucciones.

Camuflaje, simulacros, símbolos, alegorías, metáforas, manuales de retórica y oratoria, novelas de espionajes, alpiste para el canario que vuela en círculos por la habitación. Esperan instrucciones.

Cybernía secuestró todas las palomas mensajeras, las ence- rró en un palomar del Ejército. Dicen que las van a reprogramar o muerte.

La vida es bella, la vida es fea, la vida es bella, la vida es fea, repiten mantras, se hacen abluciones con té chino. Alvéolos pul- monares son ahora un embrollo de cables coloridos, un arco iris indescifrable en el que deben confiar. Al mirarse se ven trans- parentes, los circuitos están a flor de piel. En las cicatrices de A, se leen los mapas de la tierra; en las cicatrices de O, se leen los mapas de estrellas. Antes de salir agotan las perspectivas de observación.

Dan con las cinco esquinas, se paran en el centro, en el pun- to imaginario donde se cruzan las líneas. Tomados de la mano ven caer el rayo que choca contra el empedrado y se reparte en chispas a varios metros a la redonda. El trueno les hizo temblar los cuerpos como a dos epilépticos. El reloj de O, se derrite en su muñeca, no soportó la nueva configuración de su piel ni tampo- co las condiciones atmosféricas actuales que también bloquea- ron todos los dispositivos. Sólo les queda el poder de la mente, una fortaleza de conjurados, un espíritu forjado en los claustros de la barbarie.

En la boutique surrealista se aprovisionaron de ojos de cí- clope, maquillaje cibernético, anteojos de distintos formatos y colores, transformadores instantáneos, caleidoscopios, chascos, ediciones cartoneras de la Biblia, pararrayos portátiles, un libro de acertijos, visores, sueños en cápsulas. Pagaron con una tarje- ta melliza, en esa boutique era admitido. Era el último reducto abierto de la Antigua Calle de la Bohemia.

O, escribe en el lado visible de la luna; A, escribe en el lado oscuro. Taylorismo puro. Se complementan y completan, llegan a cifras redondas. Memoria y balance. Los números aumentan, se auto engendran y superan la velocidad de la luz. Los relevos sostienen el ritmo de la especie. El alcalde Ojos aumentó el mo- biliario urbano. Convocó a los mejores diseñadores de Cybernía y toda la ciudad se convirtió en un expo de muebles de vanguar- dia. Futones, sillas, sillones de materiales diversos hacen las de- licias de los que viven en la calle, los que quedaron afuera de la Reserva Paneconómica.

Piedra, hierro, madera noruega. Minerales argentinos, can- teras de mármol al servicio de la ciudad. Hay televisores de 30 pulgadas hechos con una nueva aleación irreconocible para los legos que resiste la intemperie y el vandalismo; pero sólo trans- mite el Canal de las Buenas Ondas. Los muebles tienen conecti- vidad con plataformas musicales, al sentarse en ellos los soni- dos se meten por ósmosis en la piel y enseguida se reparten por el cuerpo hasta llegar a las cavidades auditivas de los desespe- rados. Melodías inolvidables suenan sin solución de continuidad, Cole Porter, Gershing, Nat King Cole, Tommy Dorsey romanti- zan la miseria, blanquean todo, agregan capas de cal. Familias enteras rodean a esos aparatos que ofician como un hogar con imágenes que arden en el cerebro. En un sofá de bronce yacen recostados, dos de los pocos ancianos cirujas. Uno le dice al otro: “nunca te voy a abandonar”, mientras le llena la boca de pastillas de cianuro.

Bajo el ombú de Recoleta, una pareja joven juega a matarse los piojos, despanzurrados en una cama de piedra que imita un estilo sixtie por su profusión de colores y arabescos pre psicodé- licos. Comienza a llover pero están envueltos en fundas para ca- dáveres, perfectamente impermeabilizadas. Los implantes y las prótesis no generaron ningún tipo de rechazo. A y O o, elongan sus cuerpos flamantes, se estrenan mortales inmortales por la licuefacción del espacio/tiempo que afectó a casi toda la Nación. La devastación fue prolija, las muertes, sin dolor, los sacrificios y los rituales tuvieron el boato de la Argentina Potencia, la de los años 30 A.P. Los novísimos métodos de incineración facilitaron la tarea: los cuerpos se hicieron cenizas en apenas minutos y las cenizas eran aspiradas por compresores enormes con forma de bocina de gramófono.

De los teatros abandonados salen caravanas de cyborgs, pei- nados a la gomina como mozos del 40, portan bandejas de plata con manjares cocinados por los chefs de la tele. Siempre pasan a las 20 horas. La Gran Comilona dura media hora. La fórmula áurea, la composición mágica, la alquimia. “La izquierda y la de- recha unidas, jamás serán vencidas”, dice en el frontispicio del Museo de la Casa de Gobierno. Hace unos días, los grabadores estamparon esa frase que tiene ambición de eternidad.

La reducción de la población mejoró el ecosistema. El aire luce más puro. Con la erradicación de las chozas que estaban en las costas del Riachuelo, el saneamiento pudo ser realizado sin dificultades. El corredor costero ahora es un prodigio de la naturaleza; el agua transparente deja ver una fauna ictícola di- señada por los especialistas de Cybernía. Barrancas verdísimas, donde flores inéditas brotan en todas las estaciones, completan el paisaje de postal. El negocio inmobiliario quedó a cargo de una multinacional que, si bien demolió buena parte de los edi- ficios construidos en el siglo XX, rápidamente levantó otros que nada tienen que envidiarle a las torres de China o de Turquía. La ciudad ya tiene los standards de vida del Primer Mundo y pronto

será considerada como parte del Imperio, con todas las ventajas que ello implica.

Funámbulos de profesión, A y O o, caminan entre las gotas de lluvia sin mojarse, se contraen para pasar por minúsculos espa- cios, hacen pie donde nadie puede, coquetean al borde del preci- picio. Sin o con vértigo, pueden hablar con el abismo cara a cara.

Pacificación es mortificación, mortandad. Pacificar es orde- nar, achicar, descartar. Pacificar es asesinar. Pruebas al canto.

Chip de localización, radares militares, geo localización, pesa nervios.

Orgullo nacional jibarizado. Fauna autóctona: en extinción.
Gran demanda de hologramas.

Conectividad, nueva forma de afiliación al partido. Control de compatibilidad estricto. El incompatible pasa a revistar en la clandestinidad. Se forman escuadrones de saqueadores al- tamente profesionalizados, expertos en sabotajes. Acopian alimentos y los racionan entre los quebrados, los que no reac- cionaron, los que se echaron a morir. Los índices de mortalidad aumentan en todos los grupos etarios. La baja tasa de natalidad favorece los planes de exterminio. De aquí a pocos años se extin- guirá toda la población. Un país desierto, vacío de cualquier pre- sencia humana pero con la maquinaria económica en perfecto funcionamiento. Finalmente, cerrarán las cuentas.

Los estilistas del Café Los Galgos se resignaron a perder sus prebendas y ahora vegetan en el Salón Rojo del Museo de la Re- volución, leyendo diarios viejos, buscándose en alguna columna de opinión cuando reinaban angurrientos, tirando migas a los mutantes que encima los aplaudían por los servicios prestados a la Patria. La alianza entre la izquierda y la derecha borró las diferencias, cerró la grieta. Fue la solución final. En el Centro

Cultural de la Cooptación ahora funcionan laveraps de cerebros. Largas filas llenan lo que antes se llamaba “calle Corrientes”. Hay que hacer un lavado cada tres meses, lo que constará en un pasaporte. Dicen que luego del proceso de lavado, las personas se sienten aliviadas, viven sin angustia, no sufren por amor ni tienen necesidad de asistencia espiritual o psicológica. Cybernía inauguró el método ya hace veinte años, un año después de pro- ducida la Gran Hecatombe.

Sólo hay una mujer y un hombre, y un océano de sangre de- rramada. A y O o.

Res non verba.

Las cosas se mueven por impulso, por algo que viene siendo empujado desde quién sabe cuándo. Hay quienes visualizan esa corriente en el aire y entonces pueden preverla, anticiparse a los hechos, aplicar la energía en tiempo y en forma. Pero hay otros que nunca la ven venir y cuando la reciben quedan patas para arriba como si una flecha se les clavase en medio del pecho; tanta corrien- te de golpe desestabiliza y obliga a hacer malabares para mantener el equilibrio. El impulso racionalizado y el impulso como flechazo genera sujetos que corren diferentes suertes. Ocurre como cuándo alguien gana la lotería y pasa de ser pobre a inmensamente rico; en cambio, los que amasan su fortuna de a poco, paso a paso, con trabajo y tesón, tienen una relación menos apasionada con sus ganancias: pueden recordar cómo ganaron cada peso, cada movi- miento de las piezas en el tablero. Una cosa es consecuencia de la otra, en una cadena causal perfectamente engarzada.

Res non verba.

Antagónicos pero convergentes, plácidos pero feroces, los radares enemigos sintonizan la sustancia, escanean sus propó- sitos, su razón de ser, la posible inmolación ritual. Se activaron las alertas por comportamiento inusual. En los gráficos se dibu-

jan sinuosidades, arritmias y atajos que interfieren la animística estatal. Canciones animales suenan en el bunker, extrañas sin- fonías de gruñidos, croares y gemidos que incitan a la rebelión. Selváticos en plena ciudad, escapados de sí mismos, huyen hacia adelante, llevándose puestos a los desprevenidos.

La mutación silenciosa de la ciudad. Gentrificación. Baldíos
estetizados.

Antes de entrar a un lugar, Lenin se percataba de todas las posibilidades de salida.

O, dice: Persuadir y multiplicar. La progresión geométrica. La regresión gehomérica. El tiempo de los héroes, sin engaños. La organización de la intuición. Convertir el montón en pelotón. Reconocerse en las miradas. Arder y de las cenizas renacer. Es- capar por las cornisas. Amigarse con el vacío. Ser el vacío. Em- pezar de cero. Olvidar el idioma natal. Crear alfabetos nuevos con palabras/sonajeros. Trenzas. Flequillos. Cascabeles. Modi- ficar las valencias. Romper el eje. Evaluar los daños. Atarse con el cordón de plata. Umbilicar las soledades. Salir de las madri- gueras. Sentir orgullo de ser. Alegría de estar juntos. Ahora y acá. Conjugar en presente. El mañana es ajeno y lejano como el cielo y la muerte. Guarecerse en el amor que queda. Enamorarse del amor. Dejar hablar al corazón. Dar al corazón voz y voto. Latido por latido. Subir a lo alto. Contar estrellas. Descontar odios. Ba- rrerse. Barrenarse. Cantar. Recargarse. Camuflarse. Mimetizar- se. Mimarse. Lamerse las heridas. Morir en el intento. Revivir. Volver a intentarlo. Achicar el pánico. Mejorarse. Mentones arri- ba. Pasión. Entrega. Derroche. Montañas rusas. Fluidos. Cuerpos bailables. Intercambiables. Pasarle la pelota al compañero. Per- donar. Comprender. Soñar en paralelo. Visitarse. Compartir ar- chivos, palta, tés de anís. Sentir la noche. Sentir el día. Paraísos barriales. Azucenas y jacintos. Unir las partes. Mirarse a los ojos sin pestañear. Leerse las palmas de la mano. Escribir sin marcas de género, fusión hermafrodita afrodita. No sujeto. No predica-

do. Unimembres sociedades instantáneas, perennes, indestruc- tibles. Más allá del tiempo. Aire puro. Emoción. Lágrimas porque sí. Ser agua donde hubo tierra. La vida es este segundo que no pasa. Se miran y en el espejo son dos.

El manifiesto se manifestó y atrás de él, las firmas digitales diluviaron. Se refrendó al emisor, dando créditos para su postu- lación. Sabían que todo tenía un doble faz, un doble fondo donde se ocultaban las verdaderas intenciones. Las proclamas suelen quedar en los registros de la historia, se analizan en los claus- tros, mucho tiempo después de promulgadas, cuando ya a nadie afectan, más que al espíritu inquieto de algún pupilo desvelado. Las personalidades supuestas se superponen y magnetizan, ge- nerando confusiones, normalizando la contradicción, justifican- do la muerte de las ideologías, habilitando la manipulación del pensamiento, la insensibilidad social, la impavidez y la indife- rencia generalizada. La ausencia de pasiones determinó la deca- dencia de los espectáculos deportivos, caracterizado por fuertes rivalidades. Ahora el único resultado era el empate. Y los que antes eran adversarios, ahora se retiraban de los estadios todos juntos, compartiendo estandartes y sepultando en el olvido los antiguos odios.

Las imágenes se borran, caducan, se mezclan, confunden lu- gares y tiempos. La cara de uno se mezcla con el torso de otro. Navegan en las tinieblas del inconsciente, sin ton ni son. La me- moria es traicionera y fabuladora, inventa hechos que nunca sucedieron, cambia los muebles de lugar o hace desaparecer aquello que aman y por más esfuerzo que hagan, no está más, se quedan con una ligera noción de un cuerpo, de una sonrisa, del sonido de una voz que les habló mirándolos. Dudan de lo que fueron; de lo que son. La memoria practica la omisión como los cirujanos que amputan un miembro, ese pedazo de ellos se esparce en cenizas por el aire.

Cybernía halló una solución: por una módica suma se puede

reconstruir cada segundo de sus vidas. Garantizan certeza y ve- rosimilitud absoluta. Sólo hay que tener incorporado en el cuer- po un puerto USB para conectarse a un banco de datos donde se guardan las vidas. O, quiere salir al patio de su casa una noche de Navidad con todos vivos.

El corazón de la ciudad bombea crueldad y su ritmo repercu- te en el tránsito diario, en los más recónditos actos personales. Matar una mosca exige voluntad, decisión y coraje, sincroniza- ción de movimientos y un remate, una proeza digna de un par- tido de tenis. El tiempo de los asesinos llegó. La ciudad bombea la crueldad, traición y belleza en los espacios vacíos, la fría sua- vidad de las veredas de mármol, las avenidas pavimentadas de oro, pocos transeúntes, les hacen sentir que viven en un cemen- terio elegante donde los que quedan visitan su propia tumba con pocos pedazos de piel real, santos sin aureola. La desratización fue absoluta. La profilaxis terminó de limpiar hasta las uñas de los cirujas. La asepsia forjó el nuevo espíritu ciudadano. La pa- sión, el fervor, el fanatismo, quedaron relegados a una minoría segregada psiquiátricamente.

A y O o, elaboran complejos recorridos para evitar su detec- ción. Las células están activas y aún penden en los fueros internos banderas del ánimo, motivaciones, causas que no permiten que se mantengan intactas, que desafían el statu quo. Las delaciones no fueron efectivas, los paraderos cambiables, el transformismo y el don actoral, los mantienen en carrera. No se quiebran.

En el límite de la señal, la conexión se corta y las ondas se caen al mar. Entre las algas, las palabras dichas adquieren tonali- dades de coral, se petrifican, se inmortalizan en la profundidad, se vuelven graves y definitivas, son deseo. Nadan con peces glo- bo, rayas de sintaxis, oblongas y mansas bestias marinas, lejos del dolor, amortizadas en la nada transparente, donde el hueso imagina formas incesantes.

Una radiografía psicológica los muestra más sensibles que precisos. No están donde están. Son ilusionistas del ser, hologra- mas dotados de infinitas posibilidades de movimiento. Posados en la inverosimilitud, la quimera se manifiesta en el receptor de imágenes. Se los ve enredados, bendecidos por monarcas orien- tales. Cuando el cielo era rojo sangre, en el final de la guerra, ex- ploraciones insospechadas agregan capas conceptuales en sus mapas cerebrales.

En los barrios distantes hay mucho más cielo. Desaparecie- ron casi todas las casas. En los puestos de observación, los cy- bernios toman infusiones minerales. Un cíclope pasa apresura- do. Su bonete rojo corta el gris del atardecer.

A la saturación de información, al infierno comunicacional, lo aplacan con agua de las termas de Onyría. El puro afán los constituye, la savia asciende anhelante y disuelve virus y alima- ñas que se cruzan. La primera, la segunda y la tercera impresión, una suite de tres movimientos donde se inscriben las intencio- nes, los proyectos y también las tribulaciones. Sin dolor, no hay goce. Sin pena, no hay gloria posible. Atravesado el temporal, el horizonte abre sus colores como un abanico y deshace su trenza en el abismo solar.

Entre 1957 y 1965 ingresaron a los Estados USD 6.000 millo- nes en concepto de pagos de tecnología, de los cuales dos terce- ras partes provinieron de las filiales de firmas norteamericanas. Entre ambos años, las sumas ingresadas desde dichas filiales se incrementaron en más del 400 %, y las provenientes del “resto del mundo”, en 300 %. Sin embargo, la relevancia fundamental de la generación y la comercialización de tecnología, no surge de un enfoque exclusivamente cuantitativo, que hasta puede llegar a ocultarla. La importancia real de la incorporación de tecnología extranjera surge del control que ella impone sobre la economía local o, al menos, sobre sus ramas más dinámicas y estratégicas. Los acuerdos tecnológicos no sólo determinan qué, cuándo y cómo

se va a producir, sino también a quién se podrá vender esa pro- ducción y en qué condiciones. Al mismo tiempo se produce una paralela distorsión cultural y científica en el país receptor, en la medida en que no hay otras posibilidades de progreso técnico y científico que las que brinda la aceptación de los procedimientos, marcas y patentes imperialistas, complicándose así las posibilida- des de encarar un proceso de desarrollo autónomo, ante el riesgo que supone cortar los canales de transmisión de tecnología, y ante la falta de cuadros científicos y técnicos para encarar desarrollos acordes con las necesidades reales del país. Desde el punto de vista ideológico, está el “desarrollismo”, con su reducción del proceso de desarrollo a la incorporación masiva y acrítica del capital extran- jero y la postulación de un proceso político “modernizadores” que institucionalicen y preserven la hegemonía de las corporaciones imperialistas.

La mutación de la composición molecular del cuerpo huma- no y del cuerpo social, alteró todos los sentidos. El perfume del tiempo, el sabor de la frambuesa, la música de las esferas, la vi- sión de los esteros mesopotámicos, el tacto de la piel, aparecen de manera discontinua, mayormente en sueños, cuando no pue- den interferirlo las antenas de Cybernía.

En el parque de diversiones abandonado, los carritos de la montaña rusa están cubiertos de musgo, oxidados, añoran el vértigo de la altura, los tripulantes asustados, los gritos a coro cuando la caída vertical amenazaba estrellarse contra el piso. El concepto de “diversión” perdió el sentido bajo el gobierno de Cybernía. Nadie necesita divertirse porque el estado de nirvana ha ganado el espíritu de la población. Una medianía absoluta, un promedio satisfactorio, un ingreso per cápita record, sin pre- cedentes, la ausencia de polución, la seguridad, la erradicación de los bolsones de pobreza, fueron factores determinantes de la instauración definitiva de la paz social.

Una música apagada suena a lo lejos, es un violín distante

o las notas de un acordeón moribundo que trae el viento que a esta hora sopla con una intensidad apacible. El paso quedo de un granadero cruzando la Plaza Mayor, parece el siseo de una cascabel. En el cielo sin nubes dan ganas de escribir una frase, un pedido de auxilio.

La imperceptible variación de las condiciones atmosféricas aún no se siente en los cuerpos. La sangre circula a ritmo más len- to, los nervios distendidos afectan el ímpetu y la motricidad. Como si tuvieran un adoquín colgado del cuello, una pareja trota alrede- dor de la pirámide, dejando las huellas de sus zapatillas sobre el mármol pulido. Todo parece marchar en cámara lenta, hasta los pájaros modificaron la rutina de sus vuelos, quedan suspendidos en un punto, aletean sin sentido, tratan de sumirse en un pozo de ausencia. Los cybernios prueban nuevos modelos de drones en las adyacencias de la Casa de Gobierno, caen en picada, vuelven a le- vantar vuelo y amenazan independizarse de sus operadores.

Algo no funciona del todo bien, hablan de música y A, pone la Marcha del Zorzal, se paran para escucharlo, los dos saben sobre formas de padecer. Dibujan ideogramas que trazan con perfección y destreza dentro de un cuadrilátero. En la quietud del asombro viajan, despiertan a sus mitocondrias sin presen- tirlo. Parece que ven una célula por primera vez, sorprendidos, emocionados, entusiasmados, con vértigo y miedo. Concentra el poderío de no ser descubiertos en un frasco. Su dedo botánico hunde y sale algo con vida, que no sea un yuyo malo, piensa, que sea una especie a punto de extinguirse y al final no, un poner sobre la mesa modos de sentir o una forma de contarse a sí mis- mo por la vía de la biología o de su prima hermana la geometría. Vuelve atrás, a las estaciones que tienen un perfume de carrusel con flores.

En esa sinfonía acaramelada, azucarada, despeja las incógni- tas de O. Queda una, se pregunta: ¿por qué si el ron está frío es caliente? Bebe para que el esoterismo inexplicable suceda sin

aviso siempre o lo visite en los sueños, gráfico y revolucionario, desnudándose despacio. Nace un deseo en A, una mano grande y zurda que sepa escribir y le acaricie el pelo para dormir, hay un viento frío que pasa y envuelve lo que anhela, lo revuelve todo mientras dice “abrazo”. En ese momento, O, saca un verso que dice “un salmón con azafrán y un gabán que te abrigue el cora- zón”. Qué bien lo hace.

El truco es poner a dorar las palabras, franquear la dificultad y enhebrar un presente detrás de otro. Licúa sopa. Está fractal. Mira las distintas fases de la luna en sus gestos con sus ojos en- trenados. Por más breve que sea una historia, tiene su prehis- toria y su arqueología. Le sube la glucosa, se edulcora. Él hunde su índice y medio dentro del pesebre de A, y la gravedad de su voz se pronuncia. La monta y la imaginación se despierta cuan- do suena el violín que sabe hacerle cosquillas, una fuerza que imanta todo y la hace vibrar aún dormida, un bombo repique- teando solo, una cabalgata por dentro de ella con un potrillo de azúcar impalpable.

A, goza con su mano zurda hasta que otro deseo se antepon- ga. Flores de tomillo inventadas, masitas, caricias con un pincel hecho de sus trenzas, upa arriba de su metro ochenta y tres y leudar. Parece que se avecina un otoño encendido de fuegos per- sistentes y sin humo. Ambarino. Fuera de pose.

Que el vinagre de su gesto condimente la ensalada mixta, que su horizonte visual se despliegue en el frío húmedo del cuen- co de un salteado de besos chinos que palpitan, que se escapan de los palitos, que patinan alegremente fritos. Llegados a cierta calidad de madurez juegan a cualquier juego. En la kermese de las caléndulas, O, le habla de su pasado, piensa en voz alta y A, quiere recibir los datos de su boca, mete la lengua mientras O, habla y le come todas las letras.

Sólo cree que va despacio para disfrutar el paseo a su lado,

suave como pececitos neón, para aclararse a sí misma cuáles son los motivos que le dan ganas de seguir con Él. Él quiere acelerar- lo todo. Hay un placer escondido que se asoma cuando piensa en la idea de darle gustos y complacerla, de llenarla de besos de nieve, de estrellas que con destino a sus pelos largos brillen, cuelguen, se le apaguen poco a poco hasta quedar a oscuras y duerma. Pero Él se presiona y le exige, piensa y desea que res- ponda de formas nonatas y A, no puede.

Le agarra las nalgas desde abajo, como si el culo se le fuera a caer, lo entalca, se duerme con él. A, sube un muro altísimo del que se arroja justo cuando del otro lado O, camina. La ataja amable. A, no puede pasar por alto la teoría sobre que los hom- bres no saben ser putas y el amor en ellos no genera libertad aún, sino propiedad. La toma como a una parcela de tierra, la quiere alambrar y delimitar. Así pasan al siguiente piso, donde Él se tensa y sufre y se ahoga en una bañadera de preguntas. A, responde bajo el agua pero O, no escucha lo que le dice. La hun- de con su mano zurda, y cuando zafa, vuelve a ahogarla con las manos embadurnadas de betún.

A y O o, tienen que empezar a completar la lista de las des- ilusiones de este año. Ligarlas con goma cántica para que se empasten con las del año anterior. Hornear ladrillos de fracasos duros que les sirvan para seguir con el muro de gran altura, para su fortificación elevada, su torreón protector, su amígdala silen- ciosa y doliente.

La Asociación de Músicos de Cybernía se rige por estatutos que otorgan grandes beneficios a sus asociados. Una vez cum- plimentados los trámites de admisión, el músico pasa a ser inte- grante de la Corte Artística de Cybernía, lo que implica acogerse a una serie derechos y obligaciones. El músico incorporado al sistema debe cumplir una carga semanal de 30 horas, distribui- das según la demanda de eventos de Cybernía. Por todo concep- to, perciben una asignación mensual equivalente a tres sueldos

de un ejecutivo junior de una empresa estatal. El repertorio que ejecute el músico se ceñirá al tesauro de pentagramas oficial que se actualiza anualmente en el Boletín Oficial. Quien trans- greda esta disposición, será inmediatamente exonerado de sus funciones, se le secuestrará su instrumento y demás elementos con el que desarrollare su actividad. No se admiten composicio- nes propias. El canon musical es un coto cerrado que responde a estrictas relaciones entre su temática y el Estado de Placebo Universal que rige en Cybernía desde el año 50 D.P.

En el sótano de un hotel de Recoleta, donde viviera el Hiper General y su Gran Esposa, comenzó a funcionar un Club de Músi- ca ChillOut&Mid Tempo. El buró de Cybernía considera esta mú- sica edificante, sobre todo para la clase dirigente pues templa su indiferencia, los aleja de los malos pensamientos y los blinda ante cualquier brote de piedad o sentimentalismo. Esta noche tocan los “Ragapáticos de la Trivia”, un esotérico combo que combina instrumentos orientales con mantras en Esperanto, un idioma que se puso de moda en Cybernía, sobre todo ahora que está muy cerca la implementación de una lengua universal.

La reconfiguración de las edades, la extensión de las expecta- tivas de vida, que ya supera los 220 años, alteró sustancialmente el equilibrio etario. Nuevas generaciones de gerontes poderosos y fértiles, cambiaron los factores de poder. Una persona de 100 o más años se encuentra en la flor de la edad. En cambio, la brusca disminución de la tasa de natalidad, tiene como consecuencia la escasa o casi nula población infanto juvenil. Lo que fatalmen- te implica la futura desaparición de la raza argentina que había sido trabajosamente depurada a través de las políticas genéticas de Cybernía.

Cuando las luces vacilaron, las compañías eléctricas se in- quietaron. Todo se hizo sin dejar huella. A y O o, se miraron en el espejo del bar donde Directorio se pone hermosa frente a Parque Chacabuco. Pusieron sus labios en bastardilla, pidie-

ron lo de siempre mientras las luces titilaban como un arbolito de Navidad. Sintieron una sensación de fragilidad, acariciaron sus talones de Aquiles con una pluma de cuervo negro. Mochila al hombro salieron a la calle, el apagón era total. Fueron ciegos caminando hacia la Reserva Ecológica, el orgullo de Cybernía, y plantaron un árbol, invocaron al Gran Jefe, el que a la carga orde- nó. El beso duró unos segundos, una eternidad imaginaria.

Resignaron el yo en pos del nosotros y de la causa multipli- cada. El pozo común se hizo más profundo, más le quitan y más hondo se hace, las cosas que caen del cielo se acomodan solas en un Tetris. Las formas y las agujas brillan en luces incandes- centes, sin radioactividad, benignas. Nada duele, ni el dolor. Los músculos flexibles y reacondicionados, envuelven el alma reen- carnada que huele a flor, a futuro, a justicia universal.

Información fragmentaria. (Revuelto de tripas e instrumen- tos atados con una seguidilla de luces titilantes) Interrupción aleatoria. (Piñas, mazazos, bombos que suenan, nadie cree en nada) Pertrechos. (Todas las heridas, los ocultamientos, los si- lencios que quedan) Oba Oba. (Los perros hervidos, los caballos robados, faena en vivo) Fantasía. (Viene un unicornio y una va- quita de San Antonio con datos falsos) Deslices. (Lo azul, esme- raldas, causas perdidas, movimientos que dan origen a metales nobles) Pendientes. (Dos, uno en cada oreja izquierda) Canales. (Gatos abandonados en un refugio, alguien les tira pan duro re- mojado en leche) Pasadizos. (Turrones de maní dulce, atorran- tes exhibidores bebidos, santas, Don Juanes) Tamboriles. (Forros para cuestiones importantes, tocadores de culo, perforadores de muros orinados puestos en fila para medirles la pija) Cadera- zos. (En la movilización de los sueños, con piedras y cuchillos sórdidos ofrecen su cuerpo para los que esperan) Danza. (A los cachetes y gestos, a los sentimientos que se incorporan, irrespe- tuosos, sin costumbres, hay que domesticarlos) Lozanía. (Tres oficios, dos vocaciones, una frustración, leche calentita, can- ciones muertas) Panteísmo. (A salvo de los juicios, atrapar gri-

tos, mejor ser ignorado que desorientado) Vocación. (Sonrisas perpetuas a las estrellas, ser feliz, hacer una lista, tomar pre- cauciones, acabar para reincidir) Summertime. (A piensa en O, le escribe y después lo tira, gasta palabras, las arruga) Amígda- las. (O, fuma desde que A, está fallando, tose, toma Neurotinina 2mg) Victorinox. (Setenta y dos cabras en Santiago del Estero aparecieron esta mañana estranguladas con alambre de fardo) No trepidar. (Consumir cada hora del día y en la noche, escribir).

Sucumben A y O o, engayolados, lapidados, baten las alas y renuncian a lo que les pertenece. Tienen que portarse bien, no tienen que confiar ni siquiera en ellos mismos, van a tener que pasar por la Verificación de Ciudadanos de Cybernía para chequearse. Dormir los quereres, no dirigirse casi la palabra, no dar a conocer sus verdaderas imágenes y así quedan a salvo. Nú- mero de trámite 3E. Hora 06:00 am. Requisitos, llevar plano del último chequeo y si tuvieron contacto con animales, los análisis correspondientes Senct-gra nivel 4. A y O o, beben de un trago, quedan temblando, traicionan la ley, reclaman sus rescates, se desenamoran. Sus pieles dejan de oler a jazmines y huyen cuan- do amanece hasta el puerto, donde están los galpones sanitarios y la lista de cabezas con precio, alas cortadas y finales felices.

O, sueña: A y O o, ciegos, nadan en las profundidades de ríos subterráneos, evolucionaron a seres sin ojos por no necesitar- los, lo que ven es producto de la imaginación. Tienen sensacio- nes encontradas adentro de carcazas de cangrejos ermitaños. Avanzan en el mar por el impulso del amor. Son la primera célu- la del amor. Lideran el contingente de peces ciegos. El amor es ciego. Por eso no ven el final ni el comienzo. Viven en el limbo. Se despierta con un ruido.

En la parte más baja del muro, cuando la rabia del metal se hunde en las arenas bordó del Río das Mortes, el sacerdote se parapetó con un arma de grueso calibre y disparó apuntando hacia la ciudad. La lluvia de balas no dio en ningún blanco por-

que no había blancos. Todo había desaparecido. La ciudad solo existía en la imaginación de los cronistas que contaron hechos y circunstancias que no ocurrieron. La ciudad está ahí, demográfi- ca, estadística, reina del plata, arrobada de zorzales, bruñida de grúas y guinches, en perpetua construcción, expande a la piedra su música concreta. El edificio más alto parece un cohete a pun- to de despegar. Hay fuego en su base. El sol rebota en sus venta- nas y encandila los ojos del cura que gatilla sin cesar. Las manos y los pies ensangrentados, las marcas del cilicio y los estigmas. Guerrero, gólem cristiano en la misión “nada”, abyecto y final. El arcoíris es una serpiente que derrite sus colores en el cielo y confunde el rumbo de las aves.

Cuando se pierde la guerra, hay que irse con el vencedor. “Los quebrados no nos quebrarán”, escribieron con tiza roja en un pasillo del Ministerio del Confort. A y O o, salieron a la calle con carpetas bajo el brazo y se mezclaron entre la gente de la pea- tonal que desemboca en la Plaza de la Concordia. Siguieron la dirección de la enredadera. Ya están alto en el muro. La ciudad se ve pequeña y la cicatriz de oro de la 9 de Julio resplandece como una flecha lanzada hacia el río. Son una hoja más de la en- redadera, avanzan, fuera del metal del muro, bracean en el aire con remos verdísimos, ambiciosos de cielo y estrellas. El espa- cio no tiene final, es un abrigo azul para los perdidos. Por la vía láctea pintan una canción de ecos con palabras duplicadas de la memoria terrestre. Las palabras son escombros de sí mismas, al momento de ser escritas se desmoronan, letras rotas se amonto- nan en el vacío, caen en saco roto, no se sostienen, se hunden en el mar entre ruidos infernales. El símbolo de A, y el símbolo de O, se funden al infinito, perduran. Hay besos en la pista de baile y música celeste.

“I rejoice, having to construct something, upon which to rejoyce” (Me regocijo de construir algo de lo cual regocijarme).

En estado de gravitación pasaron por encima del muro, invi-

sibilizados por litros de tinta china. Observaron las demolicio- nes, los restos de lo que eran barriadas en el siglo pasado. Los sistemas de aspersión funcionaron a la perfección. El paisaje simula las ruinas romanas; según da el sol, las paredes blancas de lo que fue un chalet adquiere una tonalidad rojiza, perfecta huella y testimonio de una civilización arrasada, signo de una conquista total, imperecedera y absoluta. Cybernía está cerca de ser un Principado.

Entre responsabilidades políticas, secretos y negligencias, la resistencia ofreció flancos para su neutralización. Las células del amor, en cambio, operaron como llaves que fueron abrien- do claros en la maleza. Guadañas afiladas por Eros, provocaron significativas bajas en el enemigo. Cybernía dispuso la desactiva- ción y el aniquilamiento pero les resultó imposible a las fuerzas destinadas a tal fin. Las células del amor poseen el don de la me- tamorfosis, se deshacen apenas son detectadas. Sus corazones estallan en el aire, despiden una cortina de humo rojo que se esparce por varias cuadras a la redonda, mientras opera en ellos la metamorfosis. A, una gata callejera, O, un colibrí. Se acompa- ñaban por la calle, sin despertar la menor sospecha. Cuando se aproximan al escondite comienzan a recuperar su forma huma- na. Desnudos, sanos y salvos, copulan y recuperan el habla para volver a ser la voz de la historia. Cuando los dos acaban, A, gime:
―Oh… y O, gime: ―Ah…

Las imágenes generadoras ahuyentan la propensión al va- cío. En el parque de diversiones queda en funcionamiento un solo juego: el tren fantasma, adaptado como “Museo Histórico de Sensaciones”. En un carrito van A y O o, asustándose con es- peluznantes replicantes de Rosas, Perón, y todos los caudillos federales que la enseñanza oficial de Cybernía considera lacras políticas que deformaron el concepto “Estado Colonial”. En una curva, el muñeco de Perón lanza fuego por la boca, mientras Pancho Ramírez se come a dentelladas la Pirámide de Mayo. Más adelante, Rosas exhibe una poronga enorme que larga grandes

chorros de dulce de leche. Cuando el carrito toma más veloci- dad, aparece una reproducción holográfica del Chacho Peñalo- za montado a caballo, pegando mandobles al aire con el sable corvo de San Martín. Al llegar al final del recorrido, totalmente guasqueados por el dulce de Rosas, A y O o, secuestran el carrito y lo suben a los rieles de lo que era la línea Urquiza, bajan en la abandonada estación que se llamaba Baldomero Fernández Moreno y caminan hasta la casa del Guardián de los Cielos de la Patria que les tiene preparado el planeador.

Por el obrar del amor, las canciones duplicaron su sentido, se expanden por el espacio interior y despiertan ciudades sumer- gidas. Organitos del año cero, guitarras uruguayas de cuerdas tensas para cruzar el río, palabras exploradas hasta perderse, flores en el borde de la sintaxis, de dulces pájaros del tiempo que beben de sus manos, cuencos de la delicia. Zitarrositas, hue- len a mañana popular, a psicofaunos digitales con as de corazo- nes y as de oro. Orgullosos de ser como son. Hoy. Aquí. Vencerán.

Algo ocurre naturalmente en las armaduras mayores de A y O o, un intervalo formado por un tritono prohibido, dominan- te y aumentado, con castigos carcelarios y devotos sacerdotes que extirpan corazones con métodos vikingos o medievales, con fuego azul, a mano alzada, lento y disminuido. El sacerdote fran- cotirador resuelve desplazarlos como a notas implicadas en mo- vimientos contrarios, sobre todo si uno de los dos se vuelve sen- sible y contagia al otro. Lo siniestro, aquello que siendo familiar se vuelve completamente desconocido, es prohibido por inesta- ble y rechazado por la mayoría de los teóricos de Cybernía. Con el apoyo incondicional de La Asociación de Músicos, el sacerdote francotirador resuelve que diabolus in musica es la oposición y la yuxtaposición imperdonable de mi contra fa, o Satanás en la música, una asociación simbólica entre la evitación del tritono y el sentir o la sensibilidad incitante. El mundo gira y se desvía. Ni A, ni O, quieren verlo.

El acróbata saltó sin red y en el aire aprendió a volar.

Los nuevos huevitos Kinder que se venden en los kioscos de Cybernía vienen con sorpresas extrañísimas. O, le regala uno a A, y cuando lo abre salta una pequeña iguana que en pocos mi- nutos alcanza la adultez y se instala en un rincón de la casa, su- miéndose en una inmovilidad absoluta. A intervalos regulares, la iguana balbucea una especie de abecedario de 69 letras. La fábrica de chocolates Kinder comenzó a operar localmente en el año 35 D.P. con procesos altamente tecnificados en toda su cadena de producción. Los primeros robots que llegaron al país tenían la misma cara y sus cuerpos eran definidamente mascu- linos, la segunda camada ofrece variantes de todos los sexos. Mujeres, hombres, travestis, transexuales, pansexuales, herma- froditas, retrosexuales, drag queens y otros, de una belleza apa- bullante. Los robots trabajaban 24 X 24 sin detenerse, provistos de una batería eterna. Las visitas guiadas a la fábrica convocan multitudes. La sobreproducción de chocolate invade cada rin- cón de Cybernía. Sus habitantes sólo quieren consumir chocola- te, lo que provoca ataques hepáticos con desenlaces fatales que disminuyeron aún más la población.

En el nudo que forman en la garganta las calles de la infan- cia, A y O o, se toman de la mano y pasan entre esa pelotera de nervios y evocaciones, de ritornellos extraordinarios y violines dolientes. El pasado se activa en el momento menos pensado, por eso los laboratorios de Cybernía sacan a la venta unas píldo- ras que reducen estas apariciones pretéritas. Algunos prefieren extirparse definitivamente la memoria y acuden a cirugías cere- brales altamente eficaces que dejan al sujeto sin recuerdos.

Encrucijada criolla desgarrada del cielo, con el alma deshecha y el corazón en bancarrota, con un ancla atada al cuello y una flor marchita, merodean entre las sombras del puerto como luciérna- gas malas. Ofrecen desconsuelo al viento del sudeste para que lo disperse en remolinos.

Un garage, una tienda, un boliche, una torre, un bombo que suena y un camión que vibra, unos ramajes negros y una rata que corre. Más este banco de mármol que parece una tumba.

A, se disfrazó de lluvia, O, se disfrazó de paraguas. Prendie- ron todas las luces de la casa. Bailaron hasta dormirse. Soñaron que bailaban. Lluvia y paraguas.

No dejar que la verdad arruine una buena historia.

Algunos años pasaron sin que sucediera en Argentina cosa dig- na de memoria, hasta la fundación de Cybernía, tiempo partido en todo el país en dos mitades, donde se sucedía la guerra meso- odespótica. En el segundo año de esta guerra, una cruel peste se derramó casi por toda la redondez de la tierra, la cuál como tuvo su principio en la llamada Isla Maciel, de allí paso a las provin- cias y continente. Por remate, en Argentina se mató y consumió seres y ganado sin número y sin cuento. Hicieron mención de esta plaga Pacho O’ Donnell, Tito Lectoure y Pepe Parada, y aún nues- tras historias atribuyen la causa de esta mortandad a la sequedad del aire. Pero otros que vivieron por el mismo tiempo, afirman que para librar a la Buenos Aires de esta peste, se quemaron los montes y los bosques, y cualquier espacio verde. Lo que a nuestro propósito hace, es que para la guerra mesodespótica traían a los Rosinos y Peronianos a luchar contra los Sarmientinos e Illíacos. Una armada de cien galeras fue en socorro de los Rosinos y Pero- nianos. Ésta era la voz, pero en secreto llevaban la esperanza de apoderarse de toda la comarca.
Los argentinos, que ahora se llamaban cybernios, tomaban a
mal que el poder de los Peronianos continuara y envejeciera tanto tiempo en aquellas comarcas, fuera de los agravios particulares que les tenían hechos.
Sucedió que los Peronianos salieron a un bosque quemado, no lejos de la ciudad de la Matanza, para hacer cierto sacrificio. Por haber salido sin armas, fueron pasados por el filo de los cuchillos de los contreras, pocos escaparon a pie y se salvaron, por atrave-

sar aquellos bosques y montes calcinados. Sabido esto en las zonas periféricas del conurbano, todo se alteró y se movió para vengar aquel insulto.

La fricción de los materiales los narcotiza. El flequillo de A, se desprende de su frente y se adhiere como un abrojo al cuello de O, que entra en un nirvana instantáneo. En el tocadiscos, el disco empieza a girar al revés y se escucha una voz de ultratumba y siniestra que les recita acertijos, preguntas sin respuesta. Por la persiana entran rayitos de sol que se meten como flechas en la melena ondeada y naranja de A.

Para A y O o, todo lo que se les acerca tiene que ver con ellos, en lo que titila, a cada puerta que abren le sigue la rotura de un espejo, no quieren tener que hacer cosas para que el otro no se vaya y ahí radican sus sufrimientos. Se basan en querer tener el control de que todo es: como ellos mismos quieren que sean.

En el Gran Festival: Cabina II, se nombra a Cybernía capital de la Galaxia, en ese momento, en una pileta se oyen tiros. A partir de la fecha se prohíbe cruzar miradas con desconocidos, dejar huellas y vivir con más de diez personas bajo un mismo techo. Otra medida es: se usarán solo dos colores en las vestimentas, blanco y negro.

El último censo de control contó en Cybernía con un millón de personas. En el transcurso de estos años murieron muchos con la peste creada en Laboratorios Maorix Maciel. Así extermi- naron el 99% de los pobres, 100% de palomas y resto de fauna citadina, 99% de discapacitados, 70% de docentes de todas las áreas, 70% de menores de edad, a excepción de las niñas que al nacer fueran vacunadas para pertenecer al Sistema de Naci- mientos Exclusivo, en el que a la edad de 9 años se le introduce un dispositivo uterino para acelerar la producción óvulos, con el fin de embarazarlas por los Especímenes Erectos sin disfun- ciones sexuales y altas cargas de azufre en sangre por lo tanto

en semen y generar luminosidad en la epidermis de los futuros cybernios. Obligadas a copular bajo anestesia total, los Especí- menes las desvirgan y las embarazan al mismo tiempo. Probabi- lidades de error, 0. Luego al cuidado de la Maternidad Pompas y Ceremonias, ofrecen un plan de cuidados para la embarazada y se programa la cesárea para ocho meses después.

Se cruzaron por la calle, ni se miraron, pero algo los obligó a volver, la ley de la atracción de los opuestos, el azar pertinaz o aquella rayuela marcada en las baldosas del Pasaje Discépolo. Y se abrieron las puertas de los bares a su paso, los tangos sabi- dos, el tarareo espontáneo, el silbido del zorzal y la risa que sale de la punta de los dedos dibujando figuras en el aire, las tardes donde nada se mueve, por epifanía o candor, Cybernía es una foto, perdida en un álbum de fotos. Nada es lo que parece. Ni la lluvia moja, ni los pianos suenan, ni la calandria trina. Al sur del sur, de este lado del tiempo, quedaron varados, son dos buques haciéndose señales sonoras.

¡Más población! (Bebidas espumantes narcóticas gratis)
¡Todos a garchar! (Una fila de soldados marchando en la nieve)
¡Más población! (Nadie puede visitar la casa de nadie) ¡Embara- zos múltiples! (Todos los deseos se vuelven necesidades) ¡Más población! (Detrás de la fila de soldados que marchan por la nieve, doblan dos filas de soldados más) ¡Mellizos! (Los labios se parten del frío, surge el furor de la cosmética de esperma)
¡Trillizos! (Comienzan a nacer los primeros cybernios luminis- céncicos) ¡Cuatrillizos! (Dos mil rebeldes son masacrados con una lluvia de dardos venenosos) ¡Quintillizos! (A veces la triste- za avanza y se vacuna a los habitantes de manera masiva) ¡Más población! (Se identifica mediante estudios avanzados y preci- sos en el vientre gestante a futuros rebeldes que son amputa- dos nonatos con el mismo procedimiento que la operación de meniscos) Poblar es resistir, es amar a la Patria Perdida, es inva- dir (Marea roja en el Océano Atlántico) Criolla cruza con criolla (Humo de cuerpos calcinados con olor a conocido) Malón criollo

(Nueva repartición de identidades) Con la verija al aire (Cen- so) En pelotas y a los gritos (Piano, uno con cáncer de garganta canta su última canción y es despedido con aplausos y papeles picados) Sin calzón (Servicios Sanitarios reparten órdenes para RX) Con facón, es abrirse camino en la maleza (A, se separa con tres dedos la bombacha y pasa al baño) Despejar los caminos (O, sabe de qué se trata todo esto) Abrir caminos (A, se toca y cuando está acabando derrama lo que queda del pocillo de café sobre sus dedos movedizos) Perdurar la especie (O, se arranca el borde de las uñas de los diez dedos) Tradición y delirio (A, sale del baño y paga la cuenta) Locos Forever (O, le agarra la mano y huele sus dedos mientras la mira fijo) Con flores (O, le muerde las uñas y las deja al borde, ardientes) Soldados a un sueño (Aquellos que caminaban en la fila de la nieve).

Sin noción de los muertos, anestesiados, no miran hacia atrás, todo se incendia, lenguas de fuego los lamen sin quemarlos, la aleación de piel que les implantaron es ignífuga. Marchan a pie hacia el objetivo, son misiles humanos. Peregrinan olvidándose los pies. Sin gravedad, su propio peso ya no mueve las agujas de la báscula. Son aire.

Polainas y cascos andinos, armas automáticas, un deseo de justicia criminal, ganas de matar, ganas de amar, un listado de sueños, un rosario de intenciones, planos, planes, las manos fir- mes. La flota anclada en el puerto espera la orden. Se revuelcan en la sala de máquinas. Las células amorosas titilan amontona- das en el mismo lugar, suenan más fuerte que nunca. Los orgo- nes estallan en miles de formas. Orgasmía ya controla amplias zonas del país.

Telepatía, telekinesis, tele transportación. Juegos de la mente que ya no son juegos ni hipótesis, son pura realidad. Se proba- ron aquella noche. A, pensó un número y le preguntó a O, cuál era. “11”, dijo O, sin dudar. Y A, asintió con la cabeza. Desde en- tonces ya no necesitan hablar. Con solo mirarse fijo a los ojos, el

flujo lingüístico corre, es agua de manantial. Se pasan palabras, películas, fotos, archivos de imágenes, bibliotecas y hemerote- cas. Hoy pintaron toda la casa de frambuesa.

El eclipse total de luna llenó la ciudad de iones reversos que alteraron los comportamientos de los habitantes de Cybernía. Las últimas estribaciones del muro dejan ver su naturaleza en crudo: acero pulido, concreto, una forma pura, lisa, brillante, una conti- nuidad, sin grumos ni interrupciones. Una cintura de mujer.

Se sentaron en el sky bar de Puerto Cybernía (ex Puerto Ma- dero) y pidieron dos copas de ron Bacco, el atardecer imbuía las cosas de cierta pátina de irrealidad a lo Dalí, por los ángulos imposibles y las anfibologías que se iban formando. Primeros planos y planos alejados. A través del prisma de los ventanales curtain wall la multiplicidad de imágenes sumía al espectador en una incómoda perplejidad. ¿Eran perros afganos los que co- rrían por los parques? ¿O era un enjambre de abejas? ¿O una caravana de ovejas? ¿Un ovillo de totora al viento? Según el reco- rrido del sol, el espacio cambia. O, mira las manos de A, las ve de una tonalidad verde amazonas, A, mira la cara de O, ahora es la cara de un fauno; de los ojos de A, salen rayos que hacen desapa- recer las cosas de la mesa, los labios de O, se transformaron en un gorrión con forma de beso revoloteando por el sky bar. No se inquietan por la cercanía con el cielo, la nueva composición del aire incluye una rara combustión lisérgica que se produjo luego del atentado donde se gaseó con LSD a toda la ciudad para que todos padezcan el síndrome Syd Barret y queden neutralizados.

Haz que suceda.

Al unísono, conjuntivamente, a dúo, a coro, en sincro, geme- lamente, con sidecar, párrafos pegados con pegamento, caen de las manos al enorme vacío de las cosas, a la impedancia, a la in- temperancia, al azur.

Los súcubos atacan durante el transcurso de los sueños, se involucran en las tramas, cambian los argumentos, sobornan a actores y extras para que representen papeles extraños. Van a dormir con los escudos puestos. No van a dejarse engañar por estas argucias. Van a sostener la historia original del sueño y no distraerse del objetivo. Van a hacer equilibrio sobre el hilo de la mirada, a diez mil metros de altura. La cuerda va a ser cuerda tensa, los pies, pies helados, el corazón, taquicárdico, maquínico y arrítmico: arde.

El cachete de O, se acerca al de A, y pegados bailan un taqui- rari, abrazan sus cuerpos, sincronizan sus altas presiones, con pálpitos y palpitaciones, sueñan una catarata de lamidas perfu- madas, dulces y repetitivas. Él tiene los ojos enormes, verdes, ocres, translúcidos y brillantes, le mandan señales a A, la quiere, algo deja adentro de ella cada vez, ocupa un lugar emocionado.

La luna les sonreía y O, también. Cierran los párpados, el saco de A, tiene el olor fértil del fuego que hicieron juntos. Imagina que lo abraza, que de nuevo ve sus iris tan perfectos y redondos, las órbitas que chispean brillos claros, su cabeza apoyada en sus piernas, la mordida exacta de sus dientes detrás de la sonrisa endiablada, encendida y serial para dormir y abrazarlo no solo en su imaginación.

A, lo acostó en la mesa de desayunar, le bajó los pantalones, O, no la miraba. La tuvo muy dura en la boca, con su mano soste- niéndole la nuca, el borde de su cuerpo brillaba entregado, O, le dio un banquete tibio y espumante. Él pudo ver todas las estre- llas estando bajo techo.

El camino los llevó de la mano conmovidos, un diez y siete de junio o años antes, cuando sus ojos de obsidiana la miraron al empezar la era de la peste y se quisieron con todos sus amores. Toda llena de Él, la mente de A, produce chispazos y extraña- mientos. Todo lleno de Ella, la piel y el corazón de O, producen

los mismos chispazos, por la falta besos, arcoíris, transforma- ciones, copos de algodón de azúcar, otros de nieve. Su nariz fría y paspada toca la de Ella en el puente blanco, asan todo lo que tienen y endulzan el regreso.

A, está conectada con el ventrículo izquierdo de su corazón y adivina: se enamora y coloca barreras más allá del tiempo, se retrae al mismo tiempo que va al frente, parece que no le gusta prometer pero promete, cree que no le gusta hablar pero le ha- bla, amasa sus sueños cuando duerme, recrea todo adentro y se acomoda en moléculas, átomos, mitocondrias y núcleos, penetra las membranas y en el gel que los rellena, sólo amor los inunda de colores.

Pasan pájaros que bailan valses en el aire, A y O o, recons- truidos, con sones en sus latidos, juegan medio distraídos a lo que juegan esas aves, a ser luceros conmovedores, pioneros lle- nos de satisfacción y niños flotadores. Cantan canciones al sol. Inventan bosques con distancias encantadas, caminan hacia el encuentro de sus cuerpos, hachan el cielo, cruzan los inviernos, parten obstáculos; todas las señales les avisan que deben seguir, deben besar sus fronteras, reírse de júbilo, ofrendar, agradecer y sembrar en agosto porque sobran semillas y gemas, para cose- charlas juntos en enero.

Les gusta el vino, se acompañan las sombras, eso son. Llegan a Ellos sin firmas ni razones. Los cambia un beso, descansan con los recuerdos. Sienten que están trozados. Un roce de bocas, un consuelo vivo, todo se darían por cruzar el puente de la mano, las piedras, el río, la cancha, con el frío inmenso en la cara, con- tra el viento alto en la noche clara, por juntarse a mitad de un sueño con el guión de la vida y de volar.

Se condorizan en la cordillera de los Andes, se van a templar en lo más alto, donde ya no hay cielo. Pasan por el ojo de aguja del tiempo, liberan países, rompen fronteras, expanden la Pa-

tria. Bajo la sombra de sus alas, pueblos enteros se cobijan de la intemperie. Germinaciones instantáneas, milagrosas. Pieles cur- tidas, siglos de esperar. Un silbido de viento los llama, un espíri- tu, un manto de nieve que envuelve el fuego sagrado y equilibra las distancias. Pintan de nuevo los colores de los cerros. Tanta es la claridad que ya no hay casi noche. Nadie duerme. Hay que aprovechar cada segundo. Terrores ancestrales se disuelven por imperio de la fe. Las montañas se mueven, cambian de lugar y forma, resignan su imponencia, renuncian a la piedra, se ablan- dan hasta ser gelatina. Todo sucede en el lagrimal, en la gota encarnada.

El viento sopla de sur a norte, arrastra polvo de oro, una niebla amarilla que tonifica y cura. Con retazos de memoria remiendan los cuerpos heridos en combate, logran dominar el tiempo, manipulándolo a voluntad. Borran los pesares con una punta de lapislázuli. En un mortero de piedra machacan peda- zos de sí mismos, remanentes, residuos, excesos, hipérboles, sobrantes. No se someten a la prueba de veracidad. Huyen por la tangente, traicionan la geometría, destrozan instrumentos de medición. No confían en la ciencia. Se guían por voces internas, por la asamblea de muertos que siguen combatiendo en otros planos. Enroque de amígdalas. Les pasan data, tácticas, estrate- gias. La voz de aura. Obedecen.

Hay puestos de comida, música contagiosa, zampoñas, sikus, quenas. Morena intransigencia del ser. En el cielo las estrellas hacen pequeñas rondas, se suman al festejo. Habla la tierra por su boca de agua. Embarran la lisura de los días para deslizarse hacia el oasis.

A, empieza a bailar entre la gente. Gira sobre sí misma y al girar las pestañas aletean hasta cerrarse como un organismo marino. Una beatitud inunda entonces el aire, mientras dura el baile de A, como si en Ella se condensara la armonía terrestre. A, eleva los brazos y toca las nubes. Cae una lluvia que no moja -es

un sentido figurado de agua-, todos tienen la sensación de ser llovidos por dentro. El sol juega con el pelo de A, ella ríe, corre salvaje entre los cerros que le abren caminos a su paso. La mú- sica se apaga lentamente pero A, sigue bailando, es un remolino de tierra, un géiser, un tornado de cenizas. Un perfume que se mete por las narices, es como haber aspirado chicha. O, la espera en la rampa de la estación de tele transportación. La célula tribal fue activada. Dos, tres, Vietnam.

La identificción que acreditan a A, y a O, como ciudadanos de Cybernia, funciona para cualquier tipo de trámite. Cuando en- traron al estadio, el escáner se puso verde enseguida, el robotito sonrío como señal de bienvenida. Miraron los 90 minutos del partido. Aburridísimas jugadas se sucedían en el campo de jue- go. Los jugadores parecían bailarines de una compañía de ballet. Todo el juego pasaba por el mediocampo, lejos de las áreas. No había goles, ni gritos, ni emociones. 0 a 0 indicaba el cartel gi- gante empotrado en lo alto de la tribuna, como un reloj parado. Todo es empate en Cybernía. Nadie gana, nadie pierde. Ni vence- dores, ni vencidos.

La flota de naves humanitarias cruza las heladas aguas del Río de la Bosta que divide la ciudad del desierto. Los ahogados resisten, se niegan a morir, se convierten en bichos, en plantas, en canarios, forman reservas ecológicas sobre las que se forma un arco iris que anuncia que las lluvias de ácido lisérgico y mu- riático han cesado.

Mortificadas palabras buscan en vano su sentido. Saben que no gozan de libre albedrío y corren a acomodarse donde les indica el destino. Se juntan alrededor tuyo como enjambres de abejas, como mariposas blancas, como grillos cantarines. Ninguna pala- bra es libre, cada una tiene una misión, un encargo divino: acari- ciarte el oído cuando yo las digo.

Sueños, ambición, desamparo. Las semillas implantadas en

sus hemisferios lunares, brotan y cobran forma. La planta psi- quiátrica se traga la angustia que flota en el ambiente. Las dos mitades de la naranja chorrean su flujo sexual por el piso flo- tante. A y O o, patinan, resbalan y caen. Quedan atrapados en medio de las mitades de la naranja que pugnan por unirse. Es un hermoso atardecer en Cybernía. La temperatura es de 20 gra- dos bajo cero. La nieve golpea contra los vidrios biselados. El sol agoniza en el poniente.

Todos quieren entrar y la puerta es chica. Un abigarrado en- jambre humano se agolpa contra la entrada del Ministerio de Admisión e Inclusión Social. Hoy entregan los últimos 100 car- nets de identificción. Un camión hidrante dispersa a la multitud con chorros de un líquido rojo lanzados a máxima potencia, a tal punto que varios no ciudadanos son arrastrados por la calle rebotando contra las paredes. La entrada finalmente se despeja. Los carnets se entregaron y los no calificados fueron a parar al incinerador.

Vulnerables y mudos, con los ojos invariablemente abiertos, los desclasificados deambulan entre desperdicios. Como mani- quíes desmembrados parecen clavados sobre el pedregullo que cubre los caminos internos del basural. En una caja de voces hay adivinanzas, cantos gregorianos y libros parlantes. Con sólo le- vantar la tapa se activan las distintas opciones.

A y O o, en sus orillas tiemblan deseando ser uno, de noche chispean y se alborotan, se queman en sueños. Sus corazones brotan cuando laten. Están en fusión despareja y continua, un estado clandestino en Cybernia por descontrolado. Amar, tem- blar, palpitar, fusionar, son algunos de los tabúes por los que lloran de medianoche y rompen de madrugada. Van a coser sus labios, los van a engrampar para que no puedan separarse. En el primer intento O, pierde la visión de un ojo. Cantan a coro, aho- ra tenemos tres ojos, de los Carpinchenters, todo es reemplaza- ble en Cybernía, A, le elige uno completamente negro, plástico e

irrompible, que combina perfecto con el otro verde. El ojo negro es un ojo que implantado puede ver hasta micro partículas y así otra vez son cuatro ojos, que se hicieron primero: tres, y des- pués: dos, hasta volverse nuevamente: cuatro, de tanto mirarse. A, quisiera llamarse O, y O, quisiera llamarse A, pero eso nunca va a poder ser.

Tarde, el pelo de A, es una noche cerrada. Temprano, es la distancia entre el rojo y amarillo. El pelo de O, es azul oscuro de noche y de día. El color está dado por una inyectable obligatoria intramuscular anual que expende el Ministerio de Salud e Iden- tificcción de Células Cybernias.

besos de arrope caricias del cielo

Las metáforas aéreas están a la hora del día. Las palabras flotan, se amontonan y forman nubes de letras que llueven so- bre Cybernía poniendo nuevos nombres a las calles. Se altera la cronología. Lo que sucedió ayer está sucediendo mañana. Ahora, nunca termina de suceder. Los gorriones pliegan sus alas, des- concertados. Los árboles se vuelven semilla y se secan, todo a la vez.

Tal vez el error fue independizarse del azar y quedarse con el cálculo de probabilidades, con la previsión, las proyecciones y pronósticos. La música aleatoria hace bailar a las neuronas y lle- va a la mente a lugares insospechados. Por azar se escribe esta palabra sobre el blanco del papel y usted la está leyendo en este momento. Puro azar. Si llegó aquí es por azar. De este lado del barrio quedó el pedazo de muro que se derrumbó. Los pedazos de metal brillan al sol con un humo azulado. El cansancio de los materiales y de los olvidos juntos es el múltiplo de los dioses de la peste. En trance, en paz, en leve ascenso.

Desordenar, no dejar que se formen figuras. Arrojar, las fieras

y los latidos del corazón palpitan hasta que llegue lo fosilizado. No afinar, no limpiar, no romper la voz hasta hacerla aguarden- tosa para que se entienda. Meterse con zapatos en la nebulosa, agriar lo dulce, dejar que la acidez corroa hasta la última sílaba.

Van a ser parte del fin del mundo, a obrar como el último soldado, van a cerrar la generación. Garantizar la operación. Cantar la última canción que nadie escuchará. Mirar a través del ojo del dragón el fuego que avanza, la demolición, la perfección de la ciudad vacía, las cúpulas pintadas, la avenida de oro como rampa de lanzamiento desde donde no partirá nadie. Se quedaron en esta tierra de cuerpo presente. Ánimas, vórtices, agujeros, viento celeste, pozos en el aire. Se escucha una detonación en la distancia. Pronto estarán aquí.

A y O o, se escriben en el cuerpo ideogramas, viñetas, cali- gramas, figuras del lenguaje imposibles, pintan caminos largos de tinta china que bajan, no dejan ni un milímetro de piel sin escribir. Una oración unimembre atraviesa el sexo de A; un ad- verbio cuelga de una pestaña de O. Tachan los días del almana- que, crean nuevos calendarios con días que no terminan nun- ca. Hasta que se acaba la piel: no queda espacio ni en los dedos meñiques de los pies. Se leen el uno al otro, morenos de letras y otros accidentes del lenguaje. Son libros movedizos y temblo- rosos. Las palabras les empiezan a pesar en el cuerpo, aumentan de volumen con el vivir. Significan. Pierden su intención original. La piel se descascara y las palabras se retuercen en sonidos, bo- rrándose. La nueva piel luce intacta. Se miran en silencio. Ojo en el ojo. Con vacíos musicales. A y O o, se hunden en el minuto me- dieval que los expulsa del tiempo. No están. No figuran. Ofrecen recompensas. No se encuentran. No son. No ocurrieron. Están a salvo. No nacieron.

Las cosas suceden unidas por un hilo imperceptible, se agru- pan por tamaño, por color, por orden de llegada. Para cuando se acuerdan hay un montón de cosas irremplazables y otras des-

cartables. Siempre hay cosas. Pequeñas y grandes. Los rodean, los obligan a recordarlas a cada instante como si de ellas depen- dieran sus respiraciones. Cierran los ojos y las ven en una pan- talla. Las cosas pasan y vuelven. Cuando se creían libres de las cosas, se abre un rosal de cosas perfumadas. Con espinas. Cosas de las cosas.

A, eléctrica y nerviosa, sus ojos oscuros y brillantes, de mi- rar inolvidable, su gesto categórico y resuelto, su voz vibrante, empañada a veces por recuerdos hechos mamarrachos. Nada puede detenerla, une la distancia entre dos puntos con una lí- nea recta, evita curvas y rodeos. Pone el ojo derecho en remojo hasta volverlo pez o hongo. O, se hunde en la hipérbole. Pierde el sentido de la ubicación. Ignora dónde está parado. Fuera de sus cabales, ronda la zona del precipicio, siente el abismo como parte de sí, cae en el profundo vacío de su estómago, entre jugos gástricos, reflujos incesantes y partes de guerra.

Ataraxia. Afasia. Cuando recupera el habla le salen palabras a borbotones, notas de saxo alto, perro aullador o niño cantor. Tiene arranques inesperados. Barquinazos. A, ya se acostumbró a O, aguarda que las fuerzas se rearmen para enfocar la lente y orientar la dirección del ataque.

La sorpresa mata la melancolía. La sorpresa desacomoda, despeina, alborota, rejuvenece porque obliga a salir disparado como un cohete. Los arrincona y tienen que decir una respuesta. Lo primero que se viene a la cabeza. La sorpresa ilumina hasta cegarlos por un rato. Estupor. Inmovilidad. Resurrección. Ojos flamantes abiertos. Hay más personas en la foto.

Todoísmo, sincretismo, panteísmo. Mejor que sean muchos los dioses y no uno. Múltiples influencias, corrientes, tradicio- nes. Promiscuidad. Libre albedrío. Infinidad de gustos de hela- do. Variedad de talles. Hay que marear los lenguajes hasta que se vuelvan sórdidos y mestizos. Ordinarios, sucios, asquerosos.

Arbitrariedad. Imprevisión. Improvisación. Fuga. Misterio. In- certidumbre. Santos de toda santidad. ¡Todoísmo! Hibridación de la Big Data con procesos de fotosíntesis de plantas carnívo- ras. Identificación biométrica. Sistemas y equipos inteligentes. Códigos de respuesta rápida. Paráfrasis. Anacoluto. Sinalefa. Ca- tacresis. Anáforas.

Vale todo. Todos ganan. Vengan todos.

El magma de información brota a cada segundo de las entra- ñas de Cybernía. Es imposible decodificarlo. Ni las mentes más entrenadas pueden llegar a seleccionar o a separar lo más rele- vante de lo accesorio. Las noticias de cada boletín emitido tienen el mismo nivel de importancia, lo que produce una esclerosis de las neuronas. No se puede hacer foco en nada. Los datos salen disparados de las pantallas, son esquirlas de una explosión y se clavan en las pupilas hasta nublar la visión. Estas aplicaciones intrusivas son de uso obligatorio en los dominios de Cybernía. El monitoreo es constante y las planillas automatizadas registran premios y castigos. Los puntajes son arbitrarios, dependen del humor de las máquinas.

Los dispositivos ven pero no miran.

De los castigos de Cybernía, para los habitantes que vivie- ron en la Antigua Argentina y fueron faloperos o muy felices, promiscuos o mentirosos, y a pesar de aniquilamientos de tipo masivo, a partir de inventos de laboratorio como el virus HIV y otras venéreas, degeneramiento celular y envejecimiento pre- maturo, cánceres, tumores, radiaciones de gases y experimentos ambientales con envenenamiento de poblaciones enteras, hay una premisa que radica en que los sobrevivientes, incluso de la gran peste que limpió casi todo el territorio, el más eficaz es el castigo de la célula represora. Consiste en una destinación por parte del Control de ex Faloperos Felices Arrepentidos. Así cómo el control de habitantes destinó a la célula A y O o, a determi-

nados trabajos de influencia, al falopero o feliz se le designa y queda engrampado molecularmente con una célula absoluta- mente represora que lo domina y mantiene en regla con un co- llar eléctrico imposible de sacar, conectado a un chip injertado en el dedo índice de quien reprime o castiga y que se detona y se enciende al momento en que el falopero o feliz arrepentido tiene pensamientos, deseos o necesidades de ser quien verda- deramente es. Esto viene acompañado del artículo NH factor 4 que prohíbe la posibilidad de entablar relaciones amistosas con cualquier habitante de otro sexo o del mismo.

El metabolismo del que funciona con la célula represora se modifica rápido para encajar en los cánones permitidos, me- diante el Lavado de Arrepentimiento, proceso que se utiliza es- pecialmente con drogadictos, alcohólicos felices y sobrevivien- tes. Para empezar, el arrepentido luego del lavado, es inducido mediante una celebración a unirse con la célula represora en ca- samiento, y pasa a creer que es él quien realizó la elección por propia cuenta, pero ya está predestinada.

El arrepentido va a vivir en ese estado de confusión hasta el fin de sus días por las acciones del lavado, confinado a estar únicamente con su combinación represora, distanciado, entre mentiras y ocultamientos de su verdadero ser, un gato que rasca las piedras para ocultar la vergüenza de su caca. Cree que tiene amantes y no los tiene, actúa como si los tuviera, se detona el dedo represor, se enciende y el collar eléctrico, descarga 27 elec- trodos múltiples que desactivan cualquier nuevo indicio de ser o mostrarse como es.

El miedo al peligro es mucho peor que el peligro mismo, y el peso de la ansiedad es mayor que el mal que la provoca.
Simón Bolívar

Las luces concuerdan en el arrebol que envuelve el minuto

feliz. El futuro ya no está impecable. Tiene ojeras y el saco con remiendos. Cirujean los días, caranchean los restos, caminan despacio, demoran la llegada. De los árboles caen frutos irregu- lares de formas estrambóticas. Las semillas llevadas por el vien- to germinarán lejos, en un lugar que todavía no existe. Tienen ganas de enumerar los latidos, de regularlos, de monetizarlos como pequeñas hebras sonoras.

El desfile de los muñecos articulados convocó una multitud. El modelo desarrollado en los laboratorios de Cybernía ganó el Concurso Global de Innovaciones Técnicas, lo que favoreció su producción a gran escala. Los muñecos articulados se hicieron parte del paisaje cotidiano y ofrecen todo tipo de servicios, des- de mensajería y delivery poli rubro hasta servicios sexuales. Los genitales de los muñecos son una reproducción fiel de los hu- manos: la graduación de la temperatura, la rigidez, lubricación, pliegues, formas y texturas ofrecen sensaciones extraordinarias. En la conciencia del público se introdujeron con entusiasmo este tipo de adelantos tecnológicos. La depredación progresiva de las relaciones amorosas, la represión de los impulsos románticos llevó a un nuevo tipo de espiritualidad, más cercana a la impa- videz oriental, a la concentración espasmódica de los monjes chinos. Nadie parece sentirse incómodo con estas nuevas ten- dencias, se aceptaron sin mayores resistencias. Subió el umbral del dolor soportable, por la supresión de cualquier situación que involucre exponerse a expresar sentimientos. Una raciona- lidad rayana en lo absurdo hizo de los ciudadanos de Cybernía una simpática turba de seres vacíos, con un rictus de sonrisa en el rostro y un ansia permanente de beatitud, de reconciliación. Es habitual ver escenas donde dos se dan fuertes apretones de manos, celebrando acuerdos instantáneos, bajo el cielo libre de contaminación. Azul por siempre.

Las rutas cybernias de circunnavegación se extendieron a to- dos los mares del mundo. La bandera blanca con el ojo cíclope en el centro flamea en los mástiles agitada por vientos alisios,

por tormentas tropicales, por la suave brisa del Adriático. Las naves del imperialismo espacial hacen señales desde el cielo y en los radares los pulsos saltan rebotando en el cuadrante. Los desencontrados nunca se vuelven a encontrar. La voluntad de- cayó desde la última represión. Apenas se detectaba un abrazo de reencuentro, los encontrados eran violentamente separados a bastonazos y conducidos a puntos opuestos de la ciudad, enca- puchados y anestesiados con el líquido rosa. Una vez liberados, los desencontrados volvían a perderse y se reducían drástica- mente las posibilidades de volver a encontrarse. La opción para los desencontrados era integrarse a los grupos de Alegres que se reúnen martes y jueves alrededor del Monumento de la Santa Mandinga, donde antes estaba la estatua ecuestre de San Martín.

Desde que están juntos, ungidos por la misión, A y O o, arran- can frutas del árbol del tiempo, nadan entre ríos de gente hasta sentir que tocan las plantas de los pies de los peatones. Son pe- ces que respiran con branquias de anís. Tanto mar, amar en la profundidad, sin volver, respiran. Ven en la oscuridad.

Los lentes infrarrojos les permiten una visión nocturna per- fecta. Con los ojos del alma no pueden ver. La misión excluye toda pulsión sentimental por considerarla contraproducente, un gasto de energía innecesario que desvía la atención y deri- va en cambios de respiración que alteran el rendimiento físico. Deben aprovechar al máximo la fortaleza de sus cuerpos, el es- tiramiento en ángulos imposibles, la velocidad de maratón, la egregia condición de atletas que los llevó a ser designados como agentes de alto rango en la Resistencia.

En una vida fermental, las células represivas se multiplican libremente mediante meiosis y forman clanes, unas especies de familias de fin de semana para controlar a los faloperos o alcohólicos reconstituidos que durante el lavado son además esterilizados y vasectomizados. Este proceso asegura la no re- producción, clonación, ni multiplicación por falta de esperma en

semen. Los drogadictos y alcohólicos así como los que fueron muy felices tienen instalada una única canción en sus sistemas nerviosos centrales que escuchan solamente ellos aunque esté sonando cualquier otra canción. Ésta única melodía es noche de paz noche de amor en la versión de los Carpinchenters.

A, tiene como funcionalidad la recopilación y nomenclatura de todas las situaciones que estén al alcance de sus ojos, las re- gistra, las asocia y acomoda debajo de la cama. Fabrica un mons- truo sobre la vida de la Cybernía, se vuelve ángel y se mete en la mente de otros. Se vuelve oscura y es sombra, sigue señores y señoras, seres lumínicos, no le importa si pierde. El único poder comprobado de A, es el poder de observación. Su función es la reconstitución y resignificación de cualquier ser o elemento con los que se cruce en su mirar, trabaja para la Legión de Sobre- vivientes. Sólo es un eslabón calmo. A, tiene cinco identidades verdaderas y aprobadas por el Departamento de Control y Fis- calización de Identificciones.

A y O o, pierden la llave de la moto y por segunda vez la suben a una camioneta entre los dos. El borracho que manejaba bajó y abrió la caja donde había verduras podridas y una bolsa con menudos de pollo agusanados. Le tocó el culo a A, y le dijo “qué buena que estás”. A y O o, arrojan todo en la caja, el casco, la mochila y la moto que sobresalía, A, se agarró fuerte del asiento de la moto, pero el borracho conducía mal, pisaba el acelerador por el camino de piedras y más a fondo en las curvas de la mon- taña. Se desencajaron sus brazos sus hombros y O, gritó, pasó a la cabina para pelear, con la camioneta andando bajaron qui- nientos metros antes de la casa. Por casi matarse con esa fuerza que A, pela cuando hay que accionar, caminan veinte minutos hasta donde la acequia fue más bella, la sombra más fresca y los penachos naranjas más fosforescentes.

A, vio en la nube la conversión de lo abstracto en una yoqueta
montando la propia nube y flores de achicoria estrelladas, papa

y haba en canaletas aradas. O, hacía silencio, hundía sus pies en el río cuando A, le contó el cuento del niño con el cóndor blanco de ojos rojos. A un hombre así no queda otra opción que cabal- garlo, pensó A, al mirar sus ojos encantados de avispa, amargos por la chachacoma, con las piedras como único paisaje, para que impacte en ella lo que Él se guardó más que lo que le dio. A, pen- só que tarde o temprano todo se trasluce.

La vida en la Cybernía marcó las cosas en su espalda, años de distancia bien delimitada. Los sonidos naturales y pájaros de la quebrada le enseñaron a dormir profundo sin soñar nada. O, se entubó, no fabricó sustancias de amor, sus ojos dijeron todo lo que su boca no. A, se conectó con el soplo ronco de su interior, siguió sus gestos, implotó y nada expulsó. Las moscas dejaron de sonar.

La paciente disciplina con que A, mide las horas cuando O, le hizo el amor sin afecto, a oscuras, sin mirarla, o cuando partió cedrón alimonado con el pulgar y el mayor, lo pellizcaba sensual y sin saberlo Ella lo vio volver a los confines de su jaula, partido danzaba sobre un secreto y robaba sus horas de sueño otra no- che más. Así es como destruyó el orden existente, con sus com- ponentes químicos y con su guerra. Su cuerpo solitario abrió en A, surcos. Si O, aflojara su tensión estallaría con un sonido ensor- decedor y eso es lo que a A, le atrae. Él no estaba adentro de su cabeza pero si de la de Ella.

Los ojos de O, eran iguales a los del invierno, dos ojos solos en la inmensidad mirando la nada, tan sincero en otra cama, con el tic tac lento de su corazón que se detuvo al tercer día, sin futuro verbal, sin estar en las estrellas del Abra. Su historia se repitió, mariposas celestes sobre la flor de la achicoria, amarillas sobre la flor del cardón, negras con ojos abiertos sobre sus alas en las vigas de la casa, donde lo miró con fuertes poderes, mientras que los suyos miraban un punto perdido donde Ella no estaba. En una lanza untada y clavada que mantiene su veneno intacto,

despierta soñándolo a O, y permanece durante horas afectada por mil setecientos kilómetros de pena terrenal. Encriptada, sin decir palabras, se sienta, escribe lo que no es posible pronunciar ante la cara de O, o ante su cuerpo, ni ahora, ni antes.

De la herida sale un hilo de palabras. Agazapada entre el fo- llaje una araña hace de su paciencia un arte. Minuto a minuto acumula el veneno hasta que chorrea por sus patas. Se sumerge en ÉL hasta ser parte. La araña ya no es araña, es puro veneno que camina como una mancha viscosa hacia las casas. Entrará por la cocina y los agarrará dormidos. De la herida abierta sale un hilo de palabras que se corta. Hay un silencio absoluto. Rosas muertas. Un viento helado. Veneno.

Sonó el piedrazo en el espejo, estalló en miles de pedazos que reflejaron sus caras multiplicadas y se develaron sus natu- ralezas cuadrofénicas, la proliferación de sus personalidades, el banco de voces. Las máscaras treinta y siete y ocho, se desvane- cieron en el aire, dejaron un perfume agrio, mortuorio. Potentes, misteriosos, cósmicos, patéticos, poéticos, frenéticos, metafísi- cos, corazones rotos de tanto volcar, se confunden entre el grupo de penitentes que marchan por el camino marcado de la Gran Serpiente.

A y O o, se niegan. Doble negación. Son dos elementos con va- lor de negación en la misma cláusula. Negándose confirman su inexistencia. No existen. Se tacharon y anularon. No fueron rees- critos. Pero los gametos de cotillón se unieron inexplicablemen- te y generaron vida artificial, un simulacro creíble y verosímil, conforman una célula más potente de lo común, prescinde de condicionantes humanos, adquiere una velocidad de resolución insuperable. Se sobre interpretaron. Lo descartado liberó zonas que pronto entraron a producir resoluciones a un ritmo fabril. A y O o, lideran a las otras células lentificadas por las pulsiones homínidas.

El efecto encantorio consiste en una cortina de glamour do- ble Z que produce una ligera distorsión de la percepción que lle- va a confundir a A y a O o, con estrellas de la TV. En ese momento de confusión aprovechan para cometer todo tipo de atentados para desgastar al régimen.

Frecuentar y consumir atrocidades lingüísticas los llevó a toparse con los Espantos Hablantes, un simpático combo de ar- tistas de varieté que Cybernía liberó a cambio de que ofrecie- ran sus shows gratis en los parques municipales, los sábados y domingos. Sólo se les otorga un viático para que coman por ejemplo, fugazzeta con moscato en la Pirilo del Barrio Sur (ex San Telmo), la única que quedó en pie luego de la Restauración Cibernética que redujo drásticamente las harinas en el régimen alimenticio de sus habitantes. Los Espantos Hablantes son cer- ca de 500. Tienen bordados sus nombres en unos mamelucos anaranjados que usan durante su trabajo. Antes del triunfo de Cybernía habían sido acróbatas, actores, cantores de tango, ma- gos, bailarines, mimos, saltimbanquis, clowns. Sus oficios fue- ron paulatinamente cuestionados y censurados. Los comités de Calificaciones Morales sostenían que el contenido de aquellos espectáculos eran disgregadores para la nueva sociedad que instauró el régimen cybernio. Por eso, en los espectáculos de Los Espantos Hablantes ahora predomina la pantomima absurda con algún toque inocente del viejo vaudeville decimonónico que no ofende ni molesta a nadie. La música de varieté suena en las tardes domingueras y cuando el sol cae sobre la ciudad, una do- lorosa melancolía se apodera del corazón ciudadano. A esa hora la añoranza alcanza su punto más cruel y las lágrimas se juntan en un río de sal que serpentea por la calles hasta secarse.

Pequeños milagros viales con los dedos entrenados, la flor
del entusiasmo brotó en una maceta.

El Día de Tregua reemplazó a los tres días de carnaval. Du- rante el transcurso de ese día, hay libertad de expresión y se

pueden hacer proclamas, publicar panfletos o realizar interven- ciones en paneles televisivos o radiales, sin que actúen los or- ganismos de censura. De todas maneras, el miedo se impone y casi nada de lo dicho sale de los parámetros de lo aceptable. La disidencia no es tal. Es un simulacro más de Cybernía. Aún así, toda la producción artística, literaria o periodística que se difun- de en el Día de la Tregua, se incinera a la medianoche. El fuego extiende sus llamas por varios días, permanece como una llama votiva que nadie se anima a apagar.

Las cyber sirenas hacen coreografías acuáticas en enormes peceras instaladas en lo que era el viejo zoológico municipal. Sus enormes colas escamadas de memorias digitales golpean con fuerza contra los cristales reforzados que parecen a punto fractura. El canto de ellas se amplifica a través de micrófonos en- trelazados en el fondo de la pecera que captan cualquier sonido producido por estos anfibios. El canto es constante. Sonido de un theremín. Letanía agónica. Gemido orgásmico prolongado. Todo queda registrado. Nunca repiten una nota. Cantan solas, a veces en coro o en canon. No se las puede escuchar durante mucho tiempo. Los empleados del predio usan unos protectores auditivos que impiden la entrada al cerebro de los cantos. Hay quienes se suicidan escuchándolas. El método es simple: hay que permanecer entre 4 o 5 horas en posición fetal dejando que el canto actúe sobre la hipófisis. La muerte cerebral sobreviene inevitablemente. Es una muerte lenta. Musical. Dulcísima. Un viaje directo al Paraíso.

El humo que despide el té invita a la ensoñación. Hace frío. El cielo siempre límpido de Cybernía invita a tirarse a nadar. Ya na- die ejerce soberanía sobre el espacio aéreo. Se puede circular sin restricciones de ningún tipo. Es común ver a esta hora a bañistas aéreos nadando desnudos. El bestiario de genitales es diverso. Conchas de formas caprichosas y fantásticas, labios que se des- prenden y vuelven a engendrarse (las hay verdes, marrones y frambuesas); pijas con las figuraciones infinitas de las frutas,

abriéndose en racimos, prolongándose en floraciones espon- táneas, tetas grandes y pequeñas, culos armoniosos y esbeltos, culos de masas infames. Un mural suspendido en la Cybernía. Flotan en el cielo rojo del atardecer, se detienen a veces en una nube y se piden el cocktail de moda.

Las masas sufren en su propia carne la experiencia diaria de una miseria increíble. El hecho de que reciban el pan, aunque se les niegue los demás placeres de la vida, redobla su resignación. Lo que es o podría ser realmente la libertad, nadie, hasta aho- ra, se lo ha explicado, de manera inteligible, a las masas. Nadie les ha puesto ante los ojos las posibilidades de felicidad general en la vida. Y cuando, para ganárselas, alguien lo intentó, fue en forma de distracciones patológicas, cargadas de sentimientos de culpabilidad. El núcleo de felicidad en la vida es la felicidad se- xual. Ninguna relevante personalidad política ha tenido el coraje de señalarlo. Se ha dicho siempre que la felicidad es un asunto privado y ajeno, por completo, a la política. ¡La reacción política no lo cree así!
Wilhelm Reich

O, cumple funciones específicas dentro de la Legión de So- brevivientes. Se ocupa especialmente de los quebrados, de los que se dejaron caer y orbitan en el mundo vegetativo. Mediante oraciones, arengas y conjuros, O, los devuelve al mundo animal, les insufla el temperamento de una pantera chaqueña y activa el ritmo cardíaco de los alicaídos con estimulación sonora. O, hace creer a un mutilado que tiene piernas y el mutilado, camina, a un mudo que puede cantar y el mudo, canta. El poder curativo de la palabra ha rescatado a cerca de 500.000 despojos humanos que hoy se integraron a las filas de la resistencia. Sanos. Vitales. Con ideales. En combate.

Antes de llamarse Cybernía se llamó Mermos.

Recurriendo a la psicomagia construyeron una casita sus-

pendida en el aire. Con la fuerza de la mente levantaron paredes, un techo a dos aguas, puertas y ventanas. Esparcieron semillas por la tierra de la parcela y en minutos brotaron por arte de psi- comagia desmesuradas plantas tropicales de hojas gigantescas y prehistóricas. La vegetación los tapó. Se durmieron en un le- cho verdísimo, una cama de enredaderas que les treparon por el cuerpo hasta hacerlos desaparecer. A, se tatuó la pierna izquier- da completamente con flores.

Todo es víspera e inminencia, todo está por suceder, como el amanecer. Cuando la noche está más oscura, suena la sirena de una alarma y enseguida sobreviene la luz que invade cada rincón deshaciendo los hechizos, los conjuros y las angustias. Se borran las ojeras de los rostros y vuelven a posarse en los la- bios blancos, mariposas blancas, en los labios azules, mariposas azules, en los labios negros, mariposas rojas con puntitos negros para engendrar sonrisas. El que no perdió la fe, vencerá.

Veloz, un caballo cruza el disco en el hipódromo. Un griterío infernal celebra la victoria.

Los libros son tumbas. Allí ponen pedazos de sus cuerpos, momentos retroactivos, versiones encontradas, paradojas de sangre. Una vez impresos y publicados, los libros se entierran en lugares recónditos de las bibliotecas, en las mesas de saldos de las librerías del centro, en salas de espera, escuelas, laborato- rios, en la casa más humilde y en la mansión. Nadie se acuerda que hubo mujeres, hombres y otros, sus afanes, sus desespera- ciones, sus amores en vano, las cortezas de las muertes, el olvi- do, el rechazo, el desprecio.

Verdades disfrazadas, disimuladas por la ficción. Aflicción de vivir sumergidos entre los límites del tiempo, prisioneros de una biografía. No ficción. Todo es verdad. No hay dobles de ries- go, el riesgo entraña existir, sin poder recuperar el aliento, sin un minuto de más. Sin despedidas, todo se va. Mujeres, hombres y

otros que se jugaron a cara o cruz, aunque todo haya sido abso- lutamente inútil, a veces se enjuagan las lágrimas con soluciones fisiológicas.

El paso de la masa numeral a la masa esencial es uno de los objetivos de la Resistencia. Reemplazar la frialdad dolosa de la aritmética por la individuación intransferible de la esencia. Ha- cer de las esencias lo primordial fue una tarea titánica. La encar- nación del número en toda materia viviente redundó en la pro- ducción en serie de actitudes y pensamientos, la uniformidad casi coreográfica del andar urbano, los colores pasteles de pana- derías y farmacias, de ferreterías y heladerías. Los más fanáticos del régimen cybernio llegaron a tatuarse números por todo el cuerpo que se iluminaban al entrar en contacto con el agua fría.

Cuando A se va, O queda perdido, olvidado de sí mismo. Duda de la vida. Repite una y otra vez el mantra, “paloma adiós”. Cuan- do A, se va, O, duda de su suerte, padece en claridades que lo enceguecen. Piensa irse al amanecer pero se queda, canta otro mantra, “no te olvides que estoy acá”. O, tiene prohibido penar. Debe esquivar lo triste. A, siempre que se va, vuelve al mediodía siguiente. Cuando A, se va, es porque siente el recuerdo de un monte y de un río, lo busca, le repica el corazón, le sube la pre- sión arterial, le estalla la nuca, acarrea todo su llanto en el bulbo raquídeo. Es tan tierna la esencia de A, llena de música y vientos, tan llena de esperanza disimulada que gotea como el rocío de los árboles que quedan. Riega terrones, alivia su bulbo y canta.

Al alba se le empieza a pasar, igual necesita dormir en la in- temperie para volver entera. Escondida sueña con casas floridas y sonríe. Entonces vuelve, camina entre las calles, va por la costa del río, pasa por los misterios de las brujas legales, trenza su pelo para que las ideas se le queden adentro, pero las suelta de cuando en cuando, a veces al llegar, otras veces cuando muere la tarde, cuando se callan los pájaros, cuando sale la luna y la templa, el agua y los sueños de A, son iguales.

Parte una naranja, pone cada gajo en su lugar, cuenta la for- tuna, catorce gajos, dice una oración con los pulmones abiertos porque pronto los va a cerrar y va a decir a todo que no. Que blanda la pone el cariño, llena un vaso de los gajos, los machaca con los dedos y mete el medio y el índice entre sus labios, los chupa, lame sus yemas. A, ofrece su corazón a O, O, no sabe qué hacer con él.

Persisten en la niebla. A y O o, existen en la niebla. Son re- fractarios al sol, aprendieron a verlo como algo ajeno. Están a kilómetros de distancia aunque anden codo a codo y caminen por la ciudad. Ajenos. Extraños. Se desconocen y a veces se asus- tan al leerse las miradas. Tampoco se reconocen en las palabras; hablan lenguas diferentes. Si bien se liberaron de los pensamientos implantados, todavía tienen recaídas. Huyen, cambian de vereda, de ciudad, de país pero vuelven a encontrarse en un sueño y despiertan juntos. Dos desconocidos en una cama con un mapa desplegado sobre los cuerpos y una misión.

Se escapan sentimientos por la tangente. Se opaca el brillo del oro. Se contamina lo sagrado. Absorbe el gris todos los colo- res. Los televisores vuelven a ser en blanco y negro, y con rayas que no paran de parpadear en las pantallas.

Todo verdor perecerá. El otoño pudo más que el retoño.

La ceguera de O, lo dotó de poderes extraordinarios. Ve en sueños lo que va a ocurrir en los días siguientes. En cada nota musical percibe un color. Azul claro, azul ultramar, rojo sanguí- neo. La voz de A, tiene el color del piloto del calefón por arder sola en el punto más oscuro de la noche. La melodía de aquella canción le ilumina el cuerpo de luces intermitentes. Los ojos de O, enloquecen de tonalidades, pasan del verde al violeta, del vio- leta al ámbar y luego quedan blancos hasta que termina la can- ción. En el silencio O, acomoda sus pensamientos, son mechas

de pelo que le caen sobre la frente. O, mira hacia adentro, busca soluciones, caminos alternativos, desactiva trampas, se inspira con la brisa que viene del río, pone de vuelta la púa sobre el dis- co de vinilo y provoca la lluvia. O, ve, sus ojos, no.

Cuando la luz del día declina, algo adentro parece morir. Hay un espacio entre dos latidos que se prolonga demasiado, un puente de silencio que parece interminable. A y O o, no miran atrás, tienen los ojos fijos en un punto distante. Aquella nube se está acercando demasiado. El cielo está acá. ¿Ascendieron o el cielo vino a buscarlos?

Hay una marca de tiza en la pared. Señala un mojón o tal vez el primer trazo de una obra malograda, un comienzo de algo, un arrepentimiento. Recular a tiempo. Rebuznar. Corcovear. Vol- ver al curso del tiempo. Renacer. Tomar impulso. Darse chance. Limpiar los registros. La hojarasca. El exceso. El error. La equi- vocación. Dar un paso al frente. Mentón en alto. Un aire frío por las sienes y la mente se vacía completamente. Viene el primer pájaro a posarse.

Siempre alguien se apropia del dolor. Lo administra y lo re- parte en dosis programadas. Cuando se acaba el dolor, enseguida se consigue. Basta pedirlo y aparece bajo formas increíblemente familiares. La piedra es la misma de ayer y tropezar es fácil. Caer, caen siempre los mismos, los demás se las arreglan. Detrás de la puerta equivocada hay un murmullo de agua, una escola do samba, pies que se arrastran, flores de plástico, mandalas, cartas quemadas, saetas, flagelos, una radio gaga a transistores, la fe perdida, juguetes rotos, una colección de estampillas, naderías, viento, botes, ranas de laboratorio. La muerte común. El infierno tan temido.

A y O o, dibujan sus propios electrocardiogramas. Se divier- ten con los cambios de frecuencia, bajan y suben, aceleran, se frenan, siguen a los tumbos, porque sí, porque no, por si acaso.

Tablas. Corazón, corazoncito, tan grande y tan chiquito. Broken- hearts are forassholes.

¿A cuánto cotizó hoy el kilo de ternura? ¿La carnaza? ¿La li- bertad? ¿El rock and roll? ¿El amor? ¿Alguien lo sabe?

Thuya para A, y Sulphur para O, A, suda un olor a miel muy dulzón, O, suda tinta de calamar sepia.

Después de la señal sonora se cerraron las puertas. O, tiró las llaves del sueño en la alcantarilla.
O, no quiere soñar mil veces las mismas cosas.
O, cuida el físico, sus objetos personales, sobre todo la piedra
de turmalina y su bola cristal.
O, se tacha con una cruz. Pone una ficha en la rockola y elije
tres canciones con cantos de sirena.
O, es un pescado, mordió el anzuelo. La caña de pescar tenía un ojo en la punta.
O, hace mutis por el foro, es decir por el forro, por el porro, por el zorro.

Aria para la cuerda de sol.

En el vacío del aire sus voces parecen sostenerse por un raro prodigio. A y O o, hablan y las palabras se destruyen apenas son dichas. No queda memoria de ninguna de ellas. Delete. Delete. Delete. Supr. Supr. Supr. Las parrafadas, las payadas, los payasos. La acción comunitaria. A, puso la mano en la boca del Sol. O, se fue a la luna con los astronautas.

En la zona comprendida entre el trópico de Acuario con el trópico de Leo las temperaturas se han elevado hasta superar los 60 grados. El Departamento de Salud de Cybernía ha imple- mentado urgentes medidas para proteger del azote del calor a la poca población que queda. Los trajes de amianto comenzaron a repartirse cuando ya era demasiado tarde. Hubo un prome-

dio de 300 muertes diarias, registradas sobre todo entre niños y ancianos que no toleraron la incidencia del calor sobre sus cuerpos. Las tormentas solares también comenzaron aquel año. Pequeñas lágrimas de fuego que caían del cielo quemaron bos- ques enteros, incendiaron usinas de electricidad y depósitos de combustibles. En medio de un partido una gran bola de fuego cayó sobre el viejo Estadio de Racing Club. Aquel legendario pre- dio, que supo llamarse Juan Domingo Perón, hoy lleva un nuevo nombre que homenajea al líder de la Revolución Cybernia: el Ge- neral Carlos Timoteo Matomil.

No tiene ni pies ni cabeza. Es un torso que se evapora entre explosiones de júbilo. Es pura fiesta. Refutación de la amargura. Brujería. Deseo consumado. Vuelta y vuelta. Reiniciado del alba. Lucerito Alba. El Bienamado. Rey del Bolero Chamamé. Sin pies ni cabeza, se desliza por las rampas del aire. Un cacho de ma- tambre sin piolín.

Aria para la cuerda de sol.

La impecable conservación de edificios, rutas y puertos con- trasta con el deterioro físico de la totalidad de la población. El país al fin ordenado con ingresos per cápita que han superado incluso los standards de los países centrales, se transformó en una meta estéril. Ya nadie sabe en qué gastar su dinero. Los ar- tistas de variedades emigraron o fallecieron. No hubo trasvasa- miento generacional. Los noticieros de televisión se quedaron sin noticias que emitir y llega un punto en que los presentado- res se quedan largos minutos mirando a cámara, sin tener nada que decir. Se tientan. Se ríen. Ordenan un corte. Las publicidades anuncian todo tipo de productos gratuitos. Televisores, helade- ras, autos. Todo se regala. Vivir es gratis. Con tan pocos habitan- tes, hay más para cada uno. Y sobra.

Es la muerte de la imaginación Es la muerte de la sorpresa.

Es la muerte del sentimiento.
Los corazones ya no se pintan de rojo. Son incoloros, inodo- ros, indoloros. Una víscera más del cuerpo. Incapaz. Sin función. Desocupada.

Debajo de la casa del vecino Felipe Febrero se encuentra el punto más profundo de Buenos Ayres. Una vez detectado por las sondas, se procedió a la excavación. La propiedad le fue expro- piada al anciano Febrero que fue relocalizado en adyacencias de la zona de bunkers. Febrero recibió una fuerte indemnización y un diploma de ciudadano ilustre de la ciudad por su contribu- ción al bienestar colectivo. No pudo disfrutar mucho de estos honores porque luego del desalojo sufrió un ACV que le limó el cerebro y lo dejó como un churrasco quemado. Al recibir la dis- tinción sólo emitió un graznido agónico. Se había convertido en un pájaro y se echó a volar por el Salón Dorado hasta que se le clavó de pico contra un ventanal y estalló en miles de pedazos. Y Febrero fue todos los meses a modo de homenaje a Febrero, el hombre pájaro que voló una sola vez.

A, fumaba los cigarrillos con el imaginario de otra época. Sus ojos pasaban apenas por el ojo del tiempo, se materializaban entre materias ajenas. Extraños muertos del rock and roll, va- rones de la época gloriosa, enganchaban el pocillo de café con exquisita maestría. El detalle de los dedos nicotinados les daba un lustre de macho serial, noblemente porteño. A, se nubló entre tanto humo, intentó avanzar entre las mesas, algo la detuvo: una mano la agarró del brazo y la condujo a la zona de billares.

El metabolismo de O, ha sufrido notorias transformaciones. Se le hincharon los testículos al tamaño de una pelota de fútbol, la verga es una serpiente de coral que le repta por las piernas, la nuez de Adán adquirió la forma de una guinda, desapareció su nariz del rostro y la boca es un pequeño agujero por el que sólo puede pasar una aguja. Los ojos chinos de O, son dos guiones largos. El corazón lo vomitó. Los pulmones están llenos de agua.

Ya no respira pero sigue vivo. ¡Neumotórax! El muerto que vive. Il morto qui parla. ¡Cortadle la lengua!

La zona muerta. La muerte de la metáfora trajo graves pro- blemas comunicacionales. La literalidad se impuso en todos los intercambios verbales, lo dicho implicaba una acción dentro de la realidad y nadie se arriesgaba a decir más de tres oraciones juntas porque se temía caer en la tan temida metáfora que se consideraba sinónimo de ambigüedad e hipocresía. Si alguien decía “pongo las manos en el fuego por tal”, las tenía que poner en el fuego. El Hospital de Quemados tiene mu- chos de estos casos, pacientes entran a la guardia con las manos totalmente quemadas. Las cirugías restauradoras estuvieron a la orden del día.

Silencio versus Lógica. Seguridad versus Prudencia.

La operación fue urdida por los servicios secretos de Cyber- nía con el objeto de desactivar la más peligrosa de las células amorosas. La muchacha no tendría más de veinte años. Entró al bar como una saeta y fue directamente hacia la mesa donde A y O o, almorzaban plácidamente. Con los movimientos de un animal selvático se abalanzó sobre O, y le clavó los dientes en el cuello. A, quedó atónita, sin reacción como si de pronto hu- biese perdido todos sus reflejos de guerrera. Los dientes de la muchacha/bestia se clavaron tan hondo en el cuello de O, que la sangre comenzó a brotar a borbotones. Los mozos acudieron presurosos, trataron de arrancarla pero no pudieron. La bestia los apartó de un manotazo. La fuerza de la muchacha era la de cien titanes. O, se desvaneció y cayó pesado sobre la mesa. A, se- guía paralizada, los ojos le parpadeaban sin cesar. La muchacha/ bestia continuó con la masacre. Arrancó con sus garras toda la ropa de O, hasta dejarlo completamente desnudo. Lo mordió a diestra y siniestra, escarbó en el cuenco de los ojos de O, y se los tragó sin masticar. Las orejas se las comió enteras. Dedos de

manos y pies fueron desollados hasta los huesos. Con la uña del índice dibujo un círculo alrededor del corazón de O, con la preci- sión de un cirujano, después agarró uno de los cuchillos que ha- bía sobre el mantel y lo clavó sin piedad. La sangre estalló. Con ambas manos tomó del corazón de O, como un trofeo de guerra, pegando un alarido descomunal y se lo metió entero en la boca, hasta atragantarse. Empezó a tener convulsiones, vómitos, ar- cadas. En el salón nadie hacia nada. Todos miraban. Unos pocos que a esa hora pasaban, miraron a través del cristal. La bestia prosiguió su faena, fue por nalgas y muslos, se internó en la zona pélvica de O, a puro cabezazo, le arrancó la pija y los huevos, frutos de un árbol nuevo y se los llevó a la boca, se comió ese ra- cimo entero en menos de un minuto. Lejos de saciarse, atacó la planicie de la espalda, desprolijamente, pedazos de la carne de O, cayeron al piso en medio de un gran charco de sangre. Cuando llegó la fuerza pública, la muchacha/bestia descansaba en una silla, en éxtasis, los hombros caídos, satisfecha, toda acabada por primera vez. El cuerpo de O, carancheado, yacía entre platos y cubiertos, parecía la sobra de un menú.

A, fue llevada por enfermeros del SAME a la rastra. Había per- dido el habla. A, agarró un tenedor que quedó fundido a la piel de su palma que no pudieron quitarle y al verse ante la única solución de amputarle la mano, todo el equipo médico estuvo de acuerdo y decidieron dejarlo mientras tanto.

Nadie reclamó el cuerpo de O. Fue incinerado en la morgue municipal de Cybernía. Un humo triste invadió la ciudad. La víc- tima propiciatoria. La ofrenda final. El último paso antes de la victoria. La víspera.

Macunaíma le dio la mano a la princesa y salieron disparados. Más adelante había una higuera con las arcabas enormes. Oibé ya les pisaba los talones y Macunaíma no tenía tiempo pa’ náa. En- tonces se metió con la princesa en la hendidura de aquellos con- trafuertes. Pero el lombrizón metió el brazo y así agarró la pierna

del héroe. Iba a jalar pero Macunaíma dio un carcajadón de pura experiencia y dijo:
―¡Usté está imaginando que agarró mi gamba, y no! ¡Esto es raíz,
pedazo!
El lombrizón soltó. Macunaíma gritó:
―¡Pos era mi mera pierna, pedazo de alcornoque!
Oibé volvió a ensartar el brazo pero el héroe ya había encogido la pierna y el lombrizón halló pura raíz. Había una garza cerca. Oibé habló con ella:
―Divina―Garza, ponga ojo avizor en el héroe. No lo deje salir que voy a buscar un azadón para cavar.
La garza se quedó al pendiente. Cuando Oibé ya estaba lejos, Macunaíma le dijo:
―¿Y bueno? ¡pavota, es así que se pone juicio en un hérue! ¡Quéde- se de cerca y saltando los ojos!
Mario de Andrade

La muchacha caníbal fue neutralizada con pistolas Taser. De su boca manaban hilos de sangre de O. Luego de arduas inves- tigaciones, se llegó a la conclusión que la muchacha caníbal era una de las últimas sobrevivientes de la tribu de los matanceros. Estuvo encerrada durante años en una jaula, alimentada con carne humana. Esta auténtica niña salvaje del antiguamente de- nominado “conurbano bonaerense” (hoy un terreno desierto) nació sordomuda y con un severo retraso cognitivo. Fue apro- piada por el Estado Cybernio y usada en el Proyecto Raza 0 que se propuso eliminar impurezas en los tejidos humanos.

Después de la masacre, la salvaje matancera fue recluida nuevamente en su jaula. Mansa por la medicación, de vez en vez emite un rugido que inquieta al personal de guardia que teme que algún día rompa a dentelladas las rejas de la jaula con esos colmillos que no paran de crecerle. Filosos. Mortales. Y esos ojos. Perdidos. Lejanos.

De un día para otro la ciudad amaneció con el dibujo de un

ojo pintado en las paredes. ¿Era el ojo que mira el magma? ¿El ojo avizor? ¿El ojo por ojo? ¿El ojo de Dios? ¿El ojo del cíclope?
¿Ojos de video tape? ¿El ojo blindado? ¿Ojos brujos? No, eran aquellos ojos verdes de O, antes de la colocación del ojo plástico irrompible negro.

A, se distrajo para siempre en las cicatrices, cualquier ser que se cruzaba con cicatrices alimentaba su mirada. Comió fideos con zapallos revueltos, salió con torrentes de agua rosa hasta la altura de sus pantorrillas. Ella tenía un plan. Tenía la boca par- tida se acercó a un espejo, apoyó la rajadura de sus labios sobre el vidrio como sobre el pico de un pájaro, puso las palmas de sus manos sobre las mejillas y pestañeó en silencio.

A, sin O, es citada en la Secretaría de Seguridad Cyberniana. A, cortó el aire con su hacha de palabras secas. Hice arroz. Dijo. Hablé con osos y jaguares, fui animal y vegetal, en mi viaje in- móvil percibí lo bello de una alabanza con voces que decían “to- matelás”, así en lunfardo. Fantaseo que estoy tratando de sanar. Comienzo a conjugar en gerundio la vida sin O.

Iban a tener que reorganizarla con otra célula.
A, se confesó ante la Secretaría: hice sombras chinescas en el techo antes de dormir, le conté historias extravagantes para que se ría abrazado a mí. Quería enseñarle a sentir la vida de otra manera. Miraba su cara, era más lindo dormido que despierto. No emitía sonidos. Si tenía pesadillas, temblaba y se sacudía, yo lo movía suave, lo acomodaba y lo abrazaba para decirle bajo: sos mi amor.

A, cambió el aliento. En Cybernia no se miente. Me comí un sapo del desierto de Sonora y no encontré a O.

El Tribunal quería que se callara. En el medio de la citación, A, prendió fuego dos ranas y se quemó la piel con los animales encendidos. En ese momento explotó su corazón y se partió en

cuatro pedazos. Todo un revuelto. Un pozo hondo y sin final, os- curo, feo. Esa última tarde escribió en el block de notas pero lo dejó por la mitad, iba a ir a la tumba de O, miró a los costados y dijo en voz baja que sí.

El reloj no se detiene. A veces si se detiene, cuando explota una bomba se detiene. El ciclo de la vida. La vida es un segmento, no una línea de puntos infinita. El futuro. Claramente a lo mejor no existe. El no poema. No hay que escribir poemas.

350 comunidades indígenas. Toses secas. 40.000 especies de animales y plantas. Tributo a la paciencia, una botella de alcohol.
2.500 variedades de peces. Querer y que te quieran en cada mo- mento. Deforestación. Cuando acabe todo. Desertización. Muchas palmas golpean a ritmo al mismo tiempo. Esterilización. Flores e ilusiones marchitas. Ligazón de trompas. Vuelos que no se pue- den seguir. Corralito. Mucha picazón en todos los orificios del cuerpo, corticoides. Corralón. Todo en pedacitos. Congelamiento. Fotos bajo una luz verde. Espuma de la cerveza. Provocaciones de amor y odio. Golondrina que no hizo verano. ¿De qué estamos hechos? El té se enfrió. Olé! Amagues de lluvia. Pieles morenas refractarias. La morada ideal. Caricias. Bichitos de luz. Máquinas para forjar el acero. Un farol a gas. Penas para los que tienen alma. El punto final. Penas para los que tienen fe. Tarántula. Chu- par todo lo que tenga más de dos patas. Shock room. Rooftop. Cuerpos bonitos y libros incinerados a la par. Top five. Pipa y lima. Tonti pop. Fraguas fundidoras. Tarántula. Bocas en bocas. Oraciones unimembres. Cuatro lenguas lamen la vida de otros. Discos solistas. Intereses compulsivos por lo que está adentro de un tacho.

Mono ambientes. Esta noche se canta en silencio. Hijos úni- cos. En un tarro sangre y tintura en polvo. Monólogos. Las manos llenas de pintura. Mono tributista. Corazones que laten en las manos duras de alguien. Monopatines. Las gordas ocupan luga- res como tribunales y migraciones. Mono plazas. Concursos de

vientres. Mono aural. Algunos seres con degeneraciones paren hijos por el culo. Mono gamia. Sonrisas limpiadoras venidas del Paraíso Inmundicias. One and only love. Pasar de todo. Comedias dramáticas. Personalismo. Ser nosotros. Individuo. Lolailolailo- lailolée. Solos de guitarra. Ay que dolor. Mesa para uno. Navaja en la mano, el sol de frente, desangrados que bebían apasionados. Tarántula. Amputaciones rápidas.

Uno busca lleno de esperanzas. Uno y el universo. Un solo Dios y es Musulmán. Una sola bandera llena de esperanza y el camino que los sueños prometieron a Cybernía.

Luna Lunes, Jesica Yunque y Temis Kuwota se turnaron para cuidar a A, durante su convalecencia que no fue tal porque ape- nas pudo recuperar el habla y las secuelas físicas la dejaron en una inmovilidad casi absoluta. Pero sus poderes mentales se incrementaron: podía mover objetos a distancia y comunicarse telepáticamente. Detrás de sus ojos vidriosos operaba una má- quina sofisticaba. El cerebro de A, se convirtió en la Central de Inteligencia de la Resistencia. Lunes, Yunque y Kuwota fueron educadas en lugares clandestinos. Las tres eran hijas de mili- tantes ajusticiados y se conjuraron vengar las muertes de sus padres. Recibieron una formación rigurosa, donde defensa per- sonal fue prioritaria.

La Secretaría de Seguridad Cyberniana, citó a A, y le conce- dió la posibilidad de decidir y diseñar sobre su muerte o sobre su vida y A, prefirió elegir diseñar sobre su muerte, en silencio. Quiso terminar con su vida en Cybernia sin O, y no seguir vivien- do. Escribió ante el Tribunal lo siguiente: subiría a una carreti- lla, de pie, en una noche que nunca acabe, cuando pasara poca gente, cuando durmieran los sin rumbo y descansaran, sería arrojada desde lo más alto de la Pendiente Sinaí de la maldita ciudad. La bajada se transformaría en el fin del mundo para A. Para este fin se le concedió además un asistente de lanzamiento que al comenzar la caída a mayor velocidad le recitaría una se-

rie de poemas inéditos de Alberto Szpunberg con un replicador de voces imitando la verdadera voz del poeta. Al momento de cansarse de correr al lado de la carretilla o agotarse la serie de poemas, el recitador sería eyectado mediante un paracaídas que de manera inversa, en vez de caer, subirá y quedará suspendido en el aire hasta que A, impacte y sin vida se desparrame en el suelo de la calle.

Pidió además que la entierren en la colina Nube Ociosa, don- de en general se entierran a vendedores de helado en bicicleta de la era anterior a Cybernía.

Los canguros saltan con los resortes de la invención. Los de- dos entrenados toman el lápiz y lo deslizan por la pista de hie- lo. Las figuras se amontonan en un rincón del atelier. Las teclas del piano se mueven solas. Es una melodía familiar, la que sonó tantas veces a la hora de la cena, adormeció a los niños junto al fuego. En el patio andaluz los azulejos se llenaron de dibujos animados. Érase la hora del día en que el sol se inclina, érase una luz mortecina, una agonía, el dolor de las cosas que se resisten a morir.

El viento sopla hacia al sur, arrastra calamidades. No es nie- bla esa humareda, viene de los cuerpos quemados. Hay gar- gantas irritadas y narices sangrantes. Las toses tapan todos los sonidos. Un ahogo generalizado, pérdidas del sentido de la ubi- cación, confusión y una marcada irritación, afectaron a los que quedaron afuera de los bunkers.

Después de haber estado al borde de la extinción en la déca- da del 40 del siglo XXI, los matanceros hoy cuentan con una po- blación que no supera el centenar, distribuidos en dos aldeas de casuchas de madera techadas con toldos que apenas pueden re- sistir la lluvia o el sol. En total quedan en el país 137 tribus, 123 de ellas en la cuenca mesopotámica. El norte y el sur del país fueron las zonas más afectadas por la acción del líquido rosa que

se activó de forma brutal por la composición del aire en dichas regiones. Las pocas tribus sobrevivientes padecen enanismo, entre otras malformaciones congénitas. Los antropólogos de Cy- bernía están orgullosos de contar en estas tierras con una neo raza de pigmeos.

La angelicalidad de las tres guerreras fue desactivada con baños de vino caliente y frenéticas sesiones de danzas del fue- go. Se tornaron insensibles, inmunes a la dulzura que las flores emanan para apaciguar el instinto de violencia. En los músculos marcados se amalgamaron metal y sangre, dolor y rabia.

somos la rabia
la sangre del ocaso el apocalipsis
la gloria eterna

Largo es el río del Dolor. Mono silabear. Disentir. Negar. La montaña argentina. Curvas y curvas. Descenso en círculos. Del loco amor nada quedó. Solo agua del largo río del Dolor. Gran- des bolas de fuego arrasan lo que queda, se llevan en remolino la memoria, la historia, un país entero. Una nube de cenizas se posó sobre el cielo de Cybernía como un enjambre de abejas negras.

Bajo una triste luz arrabalera, caballeros de ropa oscura bai- lan tangos fatales; completa la escena un buque que pasa ha- ciendo sonar su bocina. Amanece en el puerto y de pronto todo se borra.

Hacen las cuentas dos, tres veces y siempre da diferente, los números de pronto cobraron vida y dispusieron el resultado a su antojo.

Entraron al estadio sin problema, a pesar de exhibir cre- denciales falsas. Se ubicaron cerca de los palcos y antes de que empiece el partido, largaron el dron que se agrandó a medida

que ganaba altura. Se posó sobre el centro del campo. Era un gigantesco dragón chino que largaba llamaradas por la boca. Un láser con líneas de miles de colores le salía de su cola rebotando contra las tribunas, destruyendo todo lo que tocaba. Hubo cerca de treinta mil muertos y cientos de heridos. Se la recuerda como “La tragedia del dron dragón”.

Con la certeza de que todo pasará, mientras no pasa parece que nunca terminará de pasar.

“Cuando un escritor es profundo, todas sus obras son confesiones”
George Bernard Shaw

Las células toman sus propias decisiones y obedecen a sus propios azares. No existen las probabilidades, las cosas suceden en forma inevitable. Por más previsiones que se tomen, el desti- no hace cumplir sus citas puntualmente, ni antes ni después. Esa hora que en este momento señala el reloj es el martillo del juez, la condena. Somos marionetas del Dios de la Sentencia. Los hilos invisibles se ven, es la lluvia.

A, fue metal encarnado. O, agua dulce que corre hacia el mar. A, tuvo la voz de oro. O, reía y lloraba a la vez en la oscuridad. A, se sentaba en el borde de la fuente y se lavaba la cara. O,
sentía el aire caliente.
A, daba abrazos muy fuertes. O, miraba las macetas.
A, tenía muchas fórmulas nunca dichas. O, siempre fue igual. A, dormía de cara a la pared. O, era somnílocuo.

Culateros y estafadores al mando de Cybernía, digitan nuevas células, de dos, tres o más engranajes. Todo tiene el orden de un polinomio perfecto. Tan perfecto que se representa incluso en que amanece, atardece y anochece siempre a la misma hora sin importar la estación del año.

O, resucitó a los novecientos dos días, A, todavía no resucitó.

Por el momento, solamente resucitan seres que no eligieron su propia muerte. Los resucitados pertenecen al Centro Autorizado de Nuevas Vidas y ya muertos y vueltos a vivir, conociendo de se trata, pueden continuar vivos o diseñar su muerte para no resucitar nunca más. Los resucitados no recuerdan nada de su vida anterior.